Cualquier maniobra tributaria del gobierno para captar más ingresos debe estar antecedida de factores clave: una muestra irrebatible de eficiencia en la administración pública (el tiempo no ha sido suficiente para comprobarlo), transparencia absoluta en el uso de los fondos públicos y una frugalidad que no sea cosmética, pero tampoco un simple eslogan de marketing político.
Otro elemento nodal es la capacidad de sumar voluntades, convencer, sensibilizar, involucrar y hacer que cada ciudadano se sienta comprometido con la necesidad de una salida conjunta, con espíritu de nación, de la crisis que ha deparado Covid-19 a una economía con fundamentos débiles y un crecimiento real que se vuelve espurio al no derramarse.
En otras palabras, en la gestión de la crisis, la recuperación de la confianza en las instituciones públicas -desdibujada por una larga historia de saqueo- es fundamental y esto solo se logra con una práctica administrativa que despeje dudas y ofrezca la certidumbre de que real y efectivamente llegó el cambio, aunque sabemos que en política nada se construye en un laboratorio químicamente puro.
Al margen de las buenas intenciones -especialmente en el presidente Luis Abinader- el gobierno es muy joven todavía para que la sociedad le firme el cheque en blanco de la credibilidad absoluta. Hay que trabajar, y muy duro, para ganarse esa prerrogativa, asumir sacrificios, reducir privilegios, derroches, duplicidades y favoritismos clientelares.
No menos importante es mostrar cohesión en el equipo de gobierno porque, créanme, este juego tan tormentoso y crítico no será ganado por llaneros solitarios ni por geniecillos creando fórmulas en un cómodo diván. Por eso aplaudo la promesa del presidente de hacer consultas, abrir el debate sobre el tema tributario para encarar la gravísima situación de las finanzas públicas.
Particularmente no apuesto al consenso. Nadie querrá ser mordido ni cargar costos. La ruta es la racionalidad y partir de que la clase media, la de los cacerolazos y la Plaza de la Bandera, no puede ser de nuevo el jamón del sandwich. Cuando llegue la hora de la inevitable reforma fiscal, la equidad debe prevalecer. Paguemos todos el precio de esta crisis y saldremos más rápido.