Ante un hecho tan horrendo, cobarde y abusivo, como el ocurrido la noche del sábado 2 de octubre en Boca Chica es imposible no indignarse… Por no decir una palabra mayor.
Pero, más allá de la ira que sentimos como sociedad, no debemos fijar la mirada sólo en la víctima y el victimario, porque aunque Leslie fue la asesinada y Janly Disla fue el asesino, ese no es un hecho aislado.
La cultura de la violencia, la putrefacción de la Policía y el imperio de la delincuencia, se conjugaron en la bala que segó la vida de la joven arquitecta. Dirigir nuestra ira contra el cabo Disla Batista puede ser lo más natural. Muchos pensarán que ese antisocial debe recibir una condena ejemplar que lo mantenga alejado de la sociedad, el mayor tiempo posible. Sin embargo, eso está muy lejos de ser la solución al problema.
Son muchas las causas, pero una en particular resalta en este caso: la Policía Nacional.
La mató un policía, que si bien estaba “fuera de servicio”, usó su arma de reglamento, la asesinó frente a una patrulla de policía, que no hizo nada para evitar la situación y tampoco hizo nada para llevarla al hospital.
¿Cuáles evaluaciones psicológicas les hacen a los miembros de la Policía? ¿Qué tipos de entrenamientos les dan? ¿Cuáles capacitaciones reciben para manejo de crisis?
Esto no es asunto de cambiar al Jefe de la Policía, pues la fiebre no está en la sabana. Ojalá fuera algo tan sencillo. Pero de que hay que hacer algo urgente, hay que hacerlo: cada día se paga con más sangre.