Hace unos días recibí un mensaje de WhatsApp donde se me pedía que eligiera, entre nueve clasificaciones, el tipo de madre que soy. Confieso que tardé en dar la respuesta. Después de leer las características de cada tipo, me decía ‘como elijo un solo tipo si tengo un poco de este o un tanto de aquel’.

Aunque elegí un tipo, la respuesta no me dejó satisfecha, de por sí no soy muy amigas de las etiquetas porque creo que son limitantes. No somos de tal o cual manera, pero si tenemos un poco o mucho de tal o cual cosa, emoción, actitud, sentimiento o destreza, según el tiempo y esfuerzo que le hemos dedicado a cultivarlos.

Sin embargo, si de algo estoy segura es que, desde el mismo instantes en que recibes la noticia de que pronto serás madre, hay algo dentro de nosotras que hace “clip”. Que te cambia y va transformando.

Dejas de pensar en singular para solo conjugar el plural. Tus prioridades ya no son tus prioridades y la perspectiva de la vida que tenías hasta ese momento se esfuma para dar paso a otra tridimensional.

Cómo puedo decir que solo soy una madre cariñosa, cómplice, juguetona, aventurera, perfeccionista, artista, glamorosa, relajada o madre GPS… si tengo un poco de todo eso y un chin más de otras cosas. Y así como yo, todas las mujeres hemos demostrado que podemos ser mucho más de lo que las etiquetas sociales nos pueden atribuir.

La realidad es que hay muchas maneras de demostrar nuestro amor y de educar y guiar a nuestros hijos. No hay un manual “a prueba de balas”, vamos avanzando a ciegas muchas veces, a prueba y error.

Lo importante es entender que, aunque no somos infalibles y nos equivocamos, el amor es lo que nos impulsa a darle a los hijos lo mejor de cada una de nosotras.