A medida que avanza el mes de febrero vemos como unos cuantos colocan banderas en sus casas, costumbre que se ha ido perdiendo con el tiempo, y como la publicidad en torno al Mes de la Patria nos arropa desde los periódicos, radio y televisión, al igual que en otras fechas conmemorativas.
Miro las festividades de febrero con su consabido día de San Valentín (calles desbordadas y redes sociales a reventar con muestras de cariño y regalos dados y recibidos), mientras los días patrios se notan más tranquilos, sin esa presión, pues no hay tanto que comprar, y es que no estamos acostumbrados a regalarle a la Patria.
En estos días, podría observar a una persona ondear su bandera, enarbolando su sentido patriótico, con el perfil elevado y la mirada por encima del hombro.
Altivo, muy dominicano. Tal vez, esa misma persona que celebra orgullosa su compromiso con el país ha cruzado -sin sentir ninguna culpa- innumerables luces rojas, ha cerrado el paso y manejado contra el tráfico con una ausente sobriedad.
Quizás, esa persona no ha respetado la fila y quiere ser atendido de manera preferencial o en el supermercado se ha comido panes calientes y hasta dulces (sin pagar, claro está).
Seguro que esa persona reclama por las deficiencias del Estado en lugar de preguntarse qué puede aportar él para cambiarlo.
Lo más probable es que esa persona no conoce los nombres de las 32 provincias y prefiere ir a Europa antes de hacer turismo interno.
Y es ahí donde nos preguntamos: ¿qué tan patriotas somos?, si ni siquiera podemos regalarle a la Patria nuestro corazón.