«Era mi tercer año en la universidad y estaba en la habitación de un amigo», recuerda Psyche Loui.
«Pusieron el concierto de piano número 2 de (el compositor ruso Sergei) Rachmaninov en la radio y me cautivó al instante».
Cuenta que un escalofrío le recorrió la columna vertebral, que sintió mariposas en el estómago y se le aceleró el corazón.
Y a día de hoy escuchar la canción le provoca la misma reacción.
«Los sutiles giros melódicos y armónicos de la segunda mitad (de la canción) me siguen atrapando», se justifica.
Loui es una consumada pianista y violinista, pero no es necesario ser un experto para que una canción te altere los sentidos de esa manera.
Puede ocurrirle a cualquiera y en cualquier momento: en una catedral o en un centro comercial, en una boda o en el metro.
Así que es probable que hayas sentido escalofríos o cosquilleos en el estómago tras escuchar una melodía, pero algunas personas los experimentan con tanta fuerza que los describen como «orgasmos de la piel«.
«La experiencia puede ser tan poderosa que no te permite hacer nada más«, asegura Loui.
Normalmente respondemos de esta manera ante lo que puede garantizar o poner en peligro nuestra supervivencia: la comida, la reproducción, o el aterrador descenso de una montaña rusa.
Así que, ¿cómo puede la música provocar una reacción tan poderosa como el sexo en el cuerpo y en la mente?
Temblores, rumores y más
Años después de su primera experiencia con el concierto de piano de Rachmaninov, Loui se convirtió en profesora de Psicología, Neurociencia y Comportamiento de la Universidad de Wesleyan, en Connecticut, Estados Unidos.
Y recientemente revisó junto a su alumno Luke Harrison la evidencia y las teorías con las que se ha tratado de explicar el fenómeno. Juntos vieron que, más allá del escalofrío que se suele mencionar, las sensaciones pueden ser extraordinariamente variadas.
Por ejemplo, unos músicos profesionales llevaron a cabo un estudio sobre la cuestión en 1991 y descubrieron que cerca de la mitad de los voluntarios que se sometieron a él experimentaron temblores, rubor y sudoración, incluso excitación sexual, al escuchar su piezafavorita.
Tal variedad de reacciones podrían explicar el origen de la expresión «orgasmos de la piel».
De hecho, muchas culturas reconocen abiertamente las similitudes entre esas sensaciones con las del orgasmo con el que suele culminar el acto sexual.
Los sufíes del norte de India y de Pakistán, por ejemplo, discutieron durante mucho tiempo sobre la dimensión erótica de escuchar música. Aun así, Loui y Harrison prefieren usar el término «escalofrío» y ahorrarles así las connotaciones incómodas a aquellos que les describen sus experiencias musicales.
Algunos de estos, tal como le ocurre a la propia experta con el concierto de Rachmaninov, suelen ser capaces de distinguir qué es exactamente lo que les provoca la reacción.
Y basándose en esa información los investigadores han podido identificar las características que desencadenan cada tipo de sensación durante el escalofrío musical.
Los cambios repentinos en la armonía, los saltos dinámicos y las apoyaturas melódicas (notas disonantes que chocan con la melodía principal) son al parecer los que provocan las reacciones más poderosas.
«El escalofrío musical suscita un cambio fisiológico que está unido a un punto particular de la música«, explica Loui.
Haciéndoles un escáner a los voluntarios mientras escuchan su canción favorita, los neurocientíficos han sido capaces de dibujar el mapa de las regiones del cerebro que reaccionan y trazar así el mecanismo tras el fenómeno.
Dulce anticipación
Una de los claves del mecanismo parece ser la forma en la que el cerebro monitorea nuestras expectativas, dice Loui.
Desde el momento en el que nacemos empezamos a aprender ciertas reglas sobre la composición.
Si una canción sigue las convenciones al pie de la letra, resulta sosa y no suele captar nuestra atención.
Y si rompe con los patrones del todo nos suena a ruido.
Pero cuando la composición de una melodía está en el límite de lo familiar y lo desconocido, es entonces cuando existen más posibilidades de que se produzca el fenómeno.
Es que, al no coincidir con nuestras expectativas, la melodía parece asustar al sistema nervioso central y esto provoca un pulso acelerado, disnea y rubor.
Y todo esto puede desencadenar un escalofrío.
Es la misma reacción que pueden generar las drogas o el sexo, lo que podría explicar por qué resultan tan adictivas las canciones que producen tales reacciones, dice Loui.
Además, una vez que conoces la canción estas sensaciones pueden volverse incluso más intensas.
Se pierde el inicial componente sorpresa, pero terminas estando condicionado para sentir el escalofrío, de la misma manera que el perro de Pavlov salivaba nada más escuchar la campana que anunciaba la comida.
Luego está la empatía, el intento de entender lo que sintió el compositor al crear la melodía o el cantante al entonarla, y la capacidad que las canciones tienen para evocarnos recuerdos.
Así, el resultado es un cóctel emocional embriagador con un sabor personal, dice Loui.
«Nuestras propias experiencias autobiográficas interactúan con la música y es por eso que cada quien encuentra su propia canción que le genera emoción hasta el punto del escalofrío», argumenta.
Tarta de queso auditiva
Algunos expertos, como el científico cognitivo Steven Pinker, han solido argumentar que la música simplemente lleva a cuestas otra maquinaria cognitiva, como la destinada al reconocimiento de patrones, que evolucionó de funciones más importantes.
Es una «tarta de queso auditiva», dice Loui refiriéndose a esta teoría.
Y lo explica: «Responde a la idea de que la música es deliciosa, pero no muy nutritiva«.
Sin embargo, no subscribe del todo lo que dijo Pinker.
En cambio, prefiere hablar de la música como «un instrumento transformador» que ayuda a desarrollar no solo la mente sino también la sociedad.
«Piensa en ella como en parque de arena», dice.
«Después de haber realizado todas las tareas para sobrevivir, usamos la música como una zona con arena en la que podemos jugar de forma segura, entrenar nuestra mente y expandir nuestras experiencias«, cree la experta.
«Y no juegas solo en la arena. Lo haces con otra gente».
Así, la especialista considera que la música nos ayuda a ejercitar nuestra comunicación emocional.
Y en ese sentido el orgasmo musical sería la recompensa al esfuerzo de ejercitar la mente y nuestras sociedades.
No existen evidencias contundentes, pero Loui está intrigada por unos estudios recientes que señalan que, cuanto más densa es la conexión entre el sentido auditivo y las partes sociales y emocionales del cerebro, más orgasmos musicales se sienten.
Esto podría ser la demostración neurológica de la importancia social de la música.
Otros investigadores han descubierto que crear música y bailar en grupo genera una cohesión y un altruismo mayor.
Tal vez el torrente de endorfinas de un orgasmo musical ayude a promover la buena voluntad comunal.
Sea como sea, todas estas investigaciones nos hablan de la evolución como especie, aunque es posible que nunca entendamos por qué surgió la música.
Puede que sea una «tarta de queso auditiva», pero nos define y pone una banda sonora a los momentos más importantes de nuestra vida.
Así que, como diría la misma Loiu, ¿quién necesita el sexo o las drogas cuando se tiene a Rachmaninov?