Aun en el ambiente de plaza sitiada en que tiene que vivir, la Venezuela bolivariana acaba de celebrar sus elecciones. Cada partido hizo campaña libremente, eligió sus candidatos y se expresó por todos los medios.
Todo aquel que participó fue porque aceptó competir bajo las reglas del sistema electoral venezolano, regidas por un Consejo Nacional Electoral en el cual la oposición está oficialmente representada.
Todos prometieron que aceptarían los resultados. Menos el grupo de María Corina Machado, que llevaba a Edmundo González como candidato presidencial.
Estos, desde muchos días antes de las votaciones empezaron a hablar de fraude. Se desató una campaña mediática que hizo aparecer a los ojos de medio mundo como que la oposición tenía el triunfo en las manos y el presidente Nicolás Maduro estaba derrotado.
Ahora se comprobó otra vez la influencia abrumadora de ese poder mediático. Aunque el gobierno garantizó la campaña y el voto en plena libertad, a Maduro lo han hecho aparecer como el peor de los dictadores. Increíblemente, esa campaña ha hecho su efecto también en nuestro pueblo hasta el punto de que, si las elecciones no fueran en Venezuela sino aquí, los resultados estarían en veremos.
Como se ha repetido, esa campaña pretendía sentar las bases para desconocer los resultados, desatar la violencia, echar a pique la paz civil y crear las condiciones para que la intervención de fuerzas extranjeras les regalara a los derrotados el poder que no conquistaron con los votos.
Y como esas fuerzas internacionales también estaban al acecho, a los primeros gritos de fraude entraron en acción, en nombre de la “democracia”.
Y quiénes son esos tales: Edmundo González cómplice activo de los grupos paramilitares en Centroamérica en los años ochenta; Corina Machado, inhabilitada legalmente por traición a la patria, después de pedir reiteradamente a Estados Unidos que invada militarme a Venezuela; el gobierno de Biden, fruto del más traumático proceso electoral de toda la historia norteamericana; la OEA, con el inefable Almagro a la cabeza; siete gobiernos de América, entre los cuales, inadmisiblemente, innecesariamente, está el gobierno de nuestro país, criticablemente alineado con ese concierto de fuerzas reaccionarias; hablan de “democracia” en Venezuela, los que reconocieron a Juan Guaidó, cuando, sin elecciones, tan solo con el voto suyo, se eligió y se proclamó presidente.
Los que, como Javier Miley respaldan las atrocidades de Israel contra los palestinos.
Que sería de Venezuela si semejantes fuerzas internacionales y locales, lograran sus propósitos.