Estas elecciones, seguramente las más extraordinarias de la historia de Estados Unidos, han sido una revuelta contra el establishment político.
Y pocos lo personifican mejor que Hillary Clinton.
Durante su campaña, para millones de votantes enojados la demócrata se convirtió en el rostro de la política en crisis de EE.UU.
Y Donald Trump logró convencer a suficientes votantes de suficientes estados de que él es la solución.
El multimillonario se promovió a sí mismo como alguien externo a ese establishment político y lo hizo con éxito.
Según el republicano, él era el candidato protesta. Y ella la que representaba el statu quo.
Currículum
Por su parte, Clinton reivindicó durante la campaña que ella era la candidata más cualificada.
Recitó constantemente su currículum: su experiencia como primera dama durante la presidencia de su entonces esposo Bill Clinton, como senadora por Nueva York, como secretaria de Estado.
Pero durante la campaña más feroz de la historia moderna del país, muchos votantes, los descontentos y los seguidores de Trump, vieron en esa experiencia algo negativo.
Mucha de la gente con la que hablé en estos meses, especialmente en el llamado «cinturón de óxido» me dijo que prefería a un empresario a una política de carrera para la Casa Blanca.
El «cinturón de óxido» o Rust Belt, también conocido como el Manufacturing Belt, es una región que engloba principalmente estados del Medio Este y que no se recuperó de la crisis que golpeó a la industria pesada, su principal actividad económica, a finales de los 70 y principios de los 80.
El odio de estas personas con las que hablé por Washington era palpable.
Y por consiguiente, también la odiaban a ella. Era algo visceral.
Recuerdo claramente la conversación con una señora de mediana edad de Tennessee, quien rezumaba encanto sureño y que no pudo haber sido más educada. Pero cuando le saqué el tema de Clinton su comportamiento cambió.
Hace mucho que la demócrata sufre un problema de confianza y es por eso que el escándalo sobre sus correos se alargó tanto.
Es un problema de autenticidad.
Muchos la consideran la alta sacerdotisa de una élite de la costa este que ha mirado desde arriba, con sarcasmo, a la clase trabajadora.
Y la inmensa riqueza que los Clinton han acumulado desde que dejaron la Casa Blanca no ayudó a cambiar esa imagen. Muchos los ven no sólo como liberales de limusina, sino como liberales de jet privado.
Eso le dificultó a la demócrata conseguir el voto de la clase trabajadora que, por otra parte, no ha tenido problemas en apoyar a un magnate de los bienes y raíces.
Voto femenino
En un país en el que votan más mujeres que hombres, en un principio se pensó que su género le daría ventaja.
Aunque ya en las elecciones primarias, en las que se enfrentó a Bernie Sanders por la candidatura demócrata, quedó claro lo difícil que le iba a resultar entusiasmar a mujeres jóvenes para que votaran por ella y rompieran así el techo de cristal que más se les resiste en la política internacional.
Muchas de ellas nunca la apoyaron. Algunas porque interpretaron como despectivo un comentario que hizo siendo primera dama, cuando dijo que no quería quedarse en casa haciendo galletas.
Cuando Trump la acusó de permitir las relaciones extramatrimoniales de su marido y de atacar a las mujeres que habían asegurado que Bill Clinton las acosó, muchas se mostraron de acuerdo.
Y un sexismo anticuado y reconstruido también jugó su papel: la negativa de muchos votantes hombres a aceptar una presidenta mujer.
¿Más de lo mismo?
En un año en el que tantos estadounidenses pedían el cambio, ella parecía ofrecer más de lo mismo.
Siempre es difícil para un partido ganar las elecciones presidenciales tres veces consecutivas. Los demócratas no lo han logrado desde 1940.
Pero esto lo exacerbó en esta ocasión el hecho de que muchos votantes ya estaban aburridos de los Clinton.
Además, Hillary Clinton no es alguien que se promueva a sí misma por naturaleza.
Sus discursos son con frecuencia planos y en cierta forma robóticos. Su cadencia resulta prefabricada y, para algunos oídos, poco sincera.
Además, que la Oficina Federal de Investigaciones (FBI, por sus siglas en inglés) anunciara la reapertura de la investigación de sus correos electrónicos el 28 de octubre fue para muchos una gran distracción y un cierre de campaña con mal sabor de boca.
Aún así, ella luchó hasta el final para volver a encajar su visión de EE.UU. a los votantes.
Pero «Stronger together» (Juntos somos más fuertes) nunca fue tan enérgico como «Make America great again» (Hagamos Estados Unidos grande de nuevo), el lema de Trump.
De hecho, la campaña de Clinton pasó por decenas de eslóganes posibles, lo que demuestra su dificultad para elaborar un mensaje con impacto.
La campaña de la demócrata cometió además errores tácticos.
Dedicó esfuerzo y dinero a estados que ella no necesitaba para ganar, como Carolina del Norte y Ohio, en lugar de centrarse en apuntalar el famoso muro azul, los 18 estados que han votado por el candidato demócrata en las últimas seis elecciones.
Trump, con la ayuda de los votantes blancos de clase trabajadora, demolió en parte ese muro al lograr Pensilvania y Winconsin, un estado este último que no había votado por los republicanos desde 1984.
Y el resultado no es sólo un rechazo a Hillary Clinton, sino también el repudio de la mitad de la población al EE.UU. a Barack Obama.