De los rotarios no sabía nada, o casi nada, lo confieso, nunca me había interesado porque no los conocía; y además, lo veía como un club elitista y nada más.
Mi visión sobre esta entidad dio un giro de 180 grados cuando ayer entrevisté a su actual gobernador, don Pedro Vargas, y a Luis Yépez Suncar, uno de sus pasados gobernadores.
Hablamos sobre la labor social y humanitaria que han desarrollado los rotarios por más de 110 años a nivel mundial y más de cuatro décadas en República Dominicana, contribuyendo con recursos, pero sobre todo con trabajo voluntario, a paliar males como la pobreza, el hambre, el analfabetismo, la falta de agua potable, pero también a promover la erradicación de enfermedades como la poliomielitis.
Con sus acciones los rotarios no pretenden cambiar al mundo, pero a través de sus 34 mil clubes en casi 200 países de algún modo mejoran las condiciones de vida de las personas que reciben su ayuda.
Es un grano de arena en la ardua tarea de construir una mejor sociedad.
Pese a lo limitado de su plan de acción no deja de ser loable. Si cada quien hiciera lo propio, el mundo sería mejor.
Pero lo que más me llamó la atención de la explicación que dieron Pedro Vargas y Yépez Suncar a los oyentes del programa Cuentas Claras fue la mecánica que utilizan los rotarios para el relevo de su liderazgo. Sin traumas.
Para empezar, la reelección está prohibida.
El gobernador, que es equivalente a presidente, es electo por un año y punto. No importa si lo hizo bien o si le quedan metas por cumplir, todo lo contrario, eso obliga a su sucesor a hacerlo igual o mejor; tampoco importa si le cogió gusto al carguito o si se considera ungido.
Nadie es imprescindible: un año y para su casa. ¡Y todavía nadie se ha muerto por dejar el cargo!
Pero hay más, el gobernador es electo hasta con dos años de antelación, de modo que quien va a ocupar esa posición en 2019 ya fue electo, y el de 2020 también, y este año elegirán al de 2021.
Me explicó Suncar que cuando fue gobernador, hace ya varios años, en algún momento llegó a pensar -y así se lo decía a su esposa- que no veía a nadie para sustituirlo.
Y eso le preocupaba porque el tiempo iba corriendo y no había reelección. Para su sorpresa, faltando cuatro meses para que se cumpliera su mandato, surgieron como 40 aspirantes, y el que escogieron al final “¡lo hizo mejor que yo!”.
En lo personal no creo que la reelección sea un asunto de principios, pero dada la fragilidad de nuestras instituciones, me pregunto, ¿por qué nuestros políticos no imitan el ejemplo de los rotarios y comprueban de una vez que nadie se muere por dejar un carguito? Creo que le harían un bien al país, y a sus respectivas organizaciones. Sencillamente.