Con el derrocamiento de Juan Bosch la sociedad dominicana inició un calvario que duró desde 1963 hasta 1978. Miles de muertos, represión contra los medios de comunicación, fraudes electorales y el saqueo de los bienes del Estado por parte de los militares y civiles que ejecutaron el asesinato de la democracia el 25 de septiembre del 1963.
Los sacerdotes que encabezaron la guerra ideológica contra el gobierno de Bosch, gracias precisamente al clima democrático que este gobernante propició, callaron frente al genocidio que se inició con las Manaclas. Su mentalidad anticomunista los hacía sentirse cómodos con los gobiernos autoritarios y represivos que padecimos.
Mientras el conservadurismo anti-democrático impregnaba a una gran parte del clero en el país en Roma se desarrollaba el Concilio Vaticano II que abrió la Iglesia a la sociedad moderna y poco después los Obispos Latinoamericanos reunidos en Medellín pusieron a la Iglesia al servicio de los más pobres, una postura radicalmente opuesta a los discursos y movimientos de Reafirmación Cristiana que colaboraron en asesinar la incipiente democracia dominicana.
Emelio Betances publicó recientemente un libro titulado: La Iglesia católica y la política del poder en América Latina. El caso dominicano en perspectiva comparada. Su lectura brinda una interpretación de mucho valor de la Iglesia Dominicana en sus relaciones con las estructuras de poder y los conflictos sociales en nuestro país. A la hora de evaluar la situación de la Iglesia en los momentos previos a la Revolución de Abril señala: “La ideología anticomunista de la Iglesia y sus antecedentes elitistas le dificultaron la comprensión de la realidad política dominicana. Las autoridades de la Iglesia actuaron como si nada tuvieran que ver con el proceso que condujo al golpe de Estado contra Bosch y procedieron a organizar el Sexto Congreso Mariológico y el Decimoprimer Congreso Mariano, programados para los días 17-22 y 22-25 de marzo de 1965, respectivamente”. Ese Congreso mariológico es una clara muestra de cuan perdidos estaban obispos y sacerdotes de lo que estaba pasando en el país y el incremento en el conflicto que se estaba gestando. No estaban atentos a las señales de los tiempos, encerrados en sus sacristías, manipulados por la ideología anticomunista.
Fue tan grave la desconexión del liderazgo de la Iglesia que tomó partido por las tropas interventoras. Afirma Betances: “Si la jerarquía tradicional conservadora no estaba preparada para escuchar a la juventud católica, se hallaba incluso menos preparada para responder a la guerra civil que siguió al golpe contra el triunvirato gobernante encabezado por Reid Cabral.
En un primer momento, la jerarquía ordenó a los sacerdotes que abrieran los templos y otros edificios a los soldados estadounidenses que huían de las intensas lluvias de abril y de los ataques de los constitucionalistas”. Mientras muchos jóvenes católicos y varios sacerdotes se hallaban involucrados en la búsqueda de la vuelta al orden constitucional con el retorno de Bosch, varios obispos y una parte del clero seguían fieles a los golpistas y apoyaron a los invasores.
La ausencia de los obispos y específicamente del Arzobispo de Santo Domingo fue suplida por la labor de mediación del Nuncio Emanuele Clarizio, quien se convirtió en el blanco de los anticomunistas y golpistas. Luego de terminado el conflicto el Vaticano cambió a Mons. Beras por Mons. Polanco Brito como Arzobispo de Santo Domingo. Desde Roma las cosas se veían diferente que desde Santo Domingo.