Aún los que alardeamos de ser optimistas a toda prueba comenzamos a preocuparnos por la acelerada caída de los valores en la sociedad dominicana.
La vida no vale dos centavos y las reputaciones de la gente honesta ruedan por el suelo enlodado por los malvados.
Sin desearlo, los medios de comunicación se van llenando de crónica roja, porque no hay otra cosa que reseñar, a menos que queramos engañarnos y pintar de color de rosa las manchas que tiñen nuestro diario vivir.
¿Será verdad que hemos perdido la batalla contra la delincuencia? ¿Ha llegado la hora de rendirnos, o de pasarnos al otro bando para sacar ventajas junto a los bandidos vulgares o a los distinguidos salteadores de cuello blanco?
Me siento terriblemente mal al hacer este planteamiento. Todavía pienso que no todo está perdido, pero algo hay que hacer, sin pérdida de tiempo, para detener esta caída de principios y valores que, de seguir como va, arrastraría consigo a nuestro país por los insondables abismos sin retorno del crimen, la abyección, la ignominia y la perversidad.
No se trata de un simple juego de palabras.
Es una realidad al doblar de la esquina. Estamos a tiempo de buscar otro rumbo y podemos hacerlo si tomamos conciencia y nos unimos todos, dejando de lado las estériles discusiones politiqueras que nos obnubilan y enceguecen sin darnos cuenta.