No hay ninguna duda de que somos seres relacionales. Vivimos en una sociedad y como tal, experimentamos momentos comunes, teñidos de la interpretación que cada uno le damos.
Condicionados en edades tempranas por las expectaciones de nuestro árbol genealógico, los condicionamientos grupales y por nuestras creencias que amenazan con sabotear nuestro ser, pasa de largo la relación más importante, la que tenemos con nosotros.
En momentos de haber tocado fondo, de vivir la forma más dramática de autodescubrimiento es que muchas veces destapamos esa caja de pandora en la que redescubrimos nuestra esencia y de pronto todo el guión con el que habíamos llevado nuestra vida es el argumento más extraño jamás escrito.
Se van deshaciendo capas y lo que era ya no lo es más , queda al descubierto de la forma, el ser, la autenticidad, la naturalidad, lo que es invisible a los ojos y es cuando por fin retomamos el camino del origen, para lo que vinimos a ser aquí.