En la República Dominicana, hace tiempo ha debido sonar la señal de alarma en cuanto se refiere a la ocurrencia de actos de violencia criminal.
Los últimos días han sido testigos de hechos criminales múltiples y extremadamente sádicos, como son los casos del asesinato a tiros de 7 personas, donde también resultaron heridas 8 más, en el sector “21 de enero” de Higüey, el caso del asesinato de una joven madre de 26 años, a la que le infirieron 297 puñaladas, en San Francisco de Macorís, y el caso de la joven de María Trinidad Sánchez, que fue asesinada a golpes, mediante palos y piedras, al punto de despedazarle la cabeza.
Los hechos de sangre, siempre han ocurrido en el país. En un estudio realizado por el Lic. Freddy Prestol Castillo durante los años 50, en la dictadura de Trujillo, en su condición de Procurador Fiscal del Distrito Judicial de El Seybo, señala que “el matonismo” era una enfermedad de nuestros campos” que encontraba en el mestizo de los mismos a su principal autor.
En su llamativo informe-estudio, y particularmente en su tema I (Distribución Geográfica del Crimen en la República Dominicana), Prestol Castillo hace una serie de apuntes que lo muestran adscrito al determinismo geográfico y étnico. La violencia criminal y el acto de matar son algo tan viejo como Caín. Pero lo que hoy se da en nuestro país en esa materia, desborda el límite de lo tolerable y comprensible.
El sociólogo Fernando Mires, en su libro ”El malestar en la barbarie”, refiriendo a Sigmund Freud, dice que éste señala que en el ser humano hay tres impulsos principales que las “instituciones externas” deben bloquear, que son: el incesto, el canibalismo y el deseo de asesinar (Pág. 57).
En nuestro país ha llegado la hora de poner límite seriamente a la situación de criminalidad. Criminalidad que sigue teniendo como víctima principal a la mujer (“parte débil de la cuerda”), y que no repara en producirse en el hogar de ésta (fundamentalmente en la ciudad), muchas veces en presencia de los hijos.
Es cierto que las situaciones de encerramiento, límites y distanciamientos que se han exigido ya por año y medio para evitar el incremento de la pandemia, habrán podido incrementar estos hechos; pero no son sus causas fundamentales.
Sólo una exagerada porción de odio, celo, insatisfacción, dependencia, envidia, codicia, desigualdad, etc., que muchas veces nuestra sociedad promueve de distintas formas, pueden llevar a actos de esta especie.
Hoy necesitamos una acción decidida del Estado y sus instituciones para defender la sociedad. Se requieren cambios estructurales socio-económicos, culturales e institucionales, se requiere trabajar seriamente la educación y la inteligencia emocional, y se exige no simplemente requerir, sino despojar a los que sin derecho ni razón, tienen armas “blancas” o armas de fuego.