Que la ternura no nos abandone

Que la ternura no nos abandone

Que la ternura no nos abandone

Cada día más, una enorme cantidad de gente vive a la espera de un abrazo, un beso en la mejilla, un toque en la espalda, una caricia, una sonrisa o un simple buenos días, porque, aunque no lo reconozcamos, existen más mendigos de ternura que de pan… todos, de una manera u otra, necesitamos nuestra cuota de atención, de afecto y cariño y es que la ternura es un catalizador de las emociones positivas.

Cuando reconozcamos que dar y recibir afecto no es un signo de debilidad, tendremos la mitad de la batalla ganada; cuando dejemos de sentarnos a esperar que los demás nos den señales y muestras de amor, lograremos salir de nuestra zona de confort y disfrutar de la vida; cuando dejemos de levantar barreras y buscar excusas para no decir lo que sentimos, lograremos experimentar la plenitud de los sentimientos.

Filosofar sobre la ternura y lo importante de compartir nuestros sentimientos, sin importar si son correspondidos, no llega de la noche a mañana ni lo aprendemos en unas horas de clases… es un valor que vas modelando con los años, con las vivencias y con las personas, pues –aunque cometemos errores o nos equivocamos- nadie nos quita lo “bailao”, como dice el dicho popular, y es mejor intentarlo y caer que quedarnos con la duda y el miedo.

El tema de la columna de hoy es especial para mí, porque desde joven decidí que el miedo no gobernaría mis días, asumiendo la filosofía de “ser amable de manera indiscriminada”, idea alimentada por mis amigos Richard Bach y Leo Buscaglia, en cuyos libros descubrí que nadie, pero nadie, puede decirte mejor qué hacer que tu corazón.

Al cumplir hoy mis dulces 46, miro atrás, y me siento satisfecha, porque siempre he tratado que la ternura habite en mí y compartirla con todos los que he podido, esperando el efecto dominó… lo demás es “peccata minuta”.



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