Cuando el economista simon Kuznets, premio nobel de economía 1971, recibió este reconocimiento fue por su trabajo sobre el crecimiento económico, sentando a partir de entonces el interés por el estudio del producto interno bruto (PIB). Su gran contribución fue establecer la relación del PIB con la distribución del ingreso, en consecuencia, el bienestar de la gente.
A este prestigioso economista norteamericano, de origen ruso, se le bautizó como el padre del PIB, fruto de haber sentado las bases que permitieron desarrollar la metodología contable para analizar las cifras macroeconómicas. Con la aparición del PIB,1940, la política económica da un giro trascendental ya que este indicador se convirtió en el referente de la actividad económica de una nación y el medidor por excelencia de la riqueza generada, permitiendo ponderar la magnitud de un déficit fiscal, el endeudamiento público y el índice de desarrollo humano, como indicadores relevantes.
El profesor Kuznets puso en evidencia que con el PIB se podía monitorear el dinamismo de la economía de un país y medir la actividad económica de manera global, esto es, el valor de mercado de la producción de bienes y servicios. En igual dirección, Kuznets descubrió que la presencia sistemática del fenómeno de la inflación era un factor distorsionante para la medición del PIB, por tanto, para el crecimiento económico con cierta precisión.
El Laureano economista Kuznets estaba consciente que el PIB arrastraba múltiples problemas para explicar la sanidad desde una perspectiva macroeconómica y para explicar el bienestar de vida de la población. Por tales razones interpretaba que como cifra monetaria el PIB tampoco aportaba nada relevante en cuanto a la distribución de los bienes y servicios, su uso y la inequidad de la misma.
Es cierto que el crecimiento del PIB tiende a traducirse en un incremento en los bienes y servicios, empleo, implicando esto la potencialidad de que exista más dinero para destinarse al consumo. Y eso permite interpretar que, si la economía no crece a niveles aceptables, o se contrae, la escasez de bienes y servicios, el incremento del desempleo, la decisión de invertir estará presente y serán entes catalizadores que desarticular la actividad económica.
Lo que aun queda pendiente es que el crecimiento económico no refleja en toda su magnitud el bienestar de la gente, la desigualdad y el nivel de desarrollo, ni la calidad de la salud y la educación. Al ignorar la inequidad económica entre los ciudadanos, entonces, las autoridades no pueden alegar que el crecimiento económico per se, es una expresión de bonanzas colectivas que garantiza certidumbre.
Quienes expresan un delirio por el crecimiento económico olvidan que esta variable macroeconómica deja de lado que este nada explica sobre los desequilibrios en la economía local y global, como tampoco lo hace con la desigualdad y de los déficits del comercio exterior. Se trata de que el crecimiento económico ha de estar sustentado en un intenso proceso en la producción y el consumo, de no ser así, entonces llega un momento en el cual el crecimiento se neutraliza y la economía entra en un deterioro de sus signos vitales que apagan los motores que encienden la economía.
Apostar ciegamente en el crecimiento económico para alcanzar el bienestar de la sociedad, es un exceso de optimismo, en el entendido de que la riqueza generada carece de una distribución equitativa. Es tal enfoque que permite reflexionar por qué ningún país ha estado tan bien, ni el poder adquisitivo tiene un comportamiento constante de bienestar.
A la Luz de la razón, hay que reconocer que el PIB y su crecimiento tienen la ventaja de que concentra toda la actividad económica en una cifra, útil para interpretar la tendencia del comportamiento de la economía de una manera más precisa. Pero se cae en un grave error al comparar el PIB de un país con el de otro si no se tiene una unificación en una moneda ni tampoco se tiene el mismo precio de los bienes y servicios producidos.
El crecimiento económico sigue siento una herramienta relevante para la elaboración de las políticas públicas y es útil para pensar en el bienestar de la gente. Pero lo que resulta bochornoso es sobredimensionar su impacto o que la gente no se sienta representado en las estadísticas.