Escuchar al padre Robles Toledano criticar al presidente Balaguer daba gusto, aunque uno estuviese en desacuerdo. Antes de 1961, obispo o curas de pueblo debían tener “del aquel” muy bien puesto, sobre todo tras la Pastoral profetizando el final del oprobio.
Bosch tuvo sacerdotes en su contra y al debatir con ellos se podía aprender tanto del escritor que quiso ser presidente como de sus contradictores católicos.
Nuestro cardenal, pese a sus pesares, poseía inmensa autoridad moral como líder de la Iglesia y una gran coherencia en sus planteamientos.
Todos ellos, además, opinaban de cosas mundanas excepcionalmente, pues evangelizar y ocuparse de la feligresía era más importante. Pero recientemente cada vez que leo lo que dice algún obispo o cura siento vergüenza ajena.
Desde opinar sobre minería e inversión extranjera sin tener la mínima idea, hasta sugerir que el presidente Abinader “oculta la verdad” en recientes desmanes policiales, hay poca diferencia entre estos y los razonamientos de ciertos artistas “urbanos”. Hay que orar. La cordura puede llegar por gracia.