Google podrá ser una empresa tecnológica, pero para avanzar en ella, debes tener habilidades que exceden lo meramente técnico.
Cuando Sergey Brin y Larry Page fundaron Google en 1998, también crearon un algoritmo para contratar gente.
El objetivo era encontrar a los alumnos de ciencias de la computación con las notas más altas dentro de las mejores universidades del rubro.
En otras palabras, buscaban otras mentes como las suyas, pues creían que la tecnología solo podía ser comprendida por gente especializada en ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas (STEM, por el acrónimo en inglés).
La sorpresa llegó 12 años después cuando analizaron la información histórica de contrataciones, despidos y ascensos, y descubrieron que entre las características más importantes para crecer en Google, ser excelente en STEM aparecía recién octavo en la lista.
«En el contexto de Google, siempre creímos que para ser un gerente, particularmente en el área de la ingeniería, tenías que ser un técnico tan o más experto que las personas a tu cargo», dijo el entonces vicepresidente de Recursos Humanos de la empresa, Laszlo Bock, al diario The New York Times.
Sin embargo, el listado estaba encabezado por «habilidades blandas» como ser un buen guía, preocuparse por el éxito y bienestar de los empleados, y comunicarse bien.
Para la profesora y académica estadounidense Cathy N. Davidson existe «un completo desfase» entre el sistema educativo y lo que necesitamos para «tener carreras y democracias exitosas», con «ciudadanos del mundo sabios, responsables y serios», dijo a BBC Mundo.
La autora de libros como «La nueva educación: cómo revolucionar la universidad para preparar a los estudiantes para un mundo fluctuante» (2017) cree que formamos a los jóvenes para la era industrial y las necesidades laborales del siglo XIX, y no para un futuro tecnológico.
En el marco de la conferencia «Nobel Prize Dialogue», organizada el sábado pasado en Santiago de Chile por la propia Fundación Nobel, Davidson habló de temas como los mitos de la educación y por qué las «habilidades blandas» no se enseñan a pesar de que pueden convertirte en el CEO de Google.
¿Por qué es importante revolucionar la universidad, como afirma su último libro?
La principal razón es que hemos heredado una serie de infraestructuras y principios muy específicos que pensamos que son intrínsecos a la educación, pero en verdad fueron inventados para un tiempo y lugar muy específicos: el siglo XIX en la era industrial.
Este fue el momento en que las personas y la comunidad tuvieron que ser entrenados para formas tradicionales de trabajo con las nuevas máquinas.
Los granjeros debían ser entrenados para convertirse en empleados de fábricas. Entonces, la educación pública obligatoria se expandió por todo el mundo como un sistema de adiestramiento.
Por otra parte, hubo quienes fueron entrenados para pertenecer a una clase gerencial profesional, a quienes se les empezó a enseñar un conjunto muy específico de prácticas universitarias.
Es en esa época que, por ejemplo, se inventaron las pruebas de coeficiente intelectual y de múltiple opción, con la idea de automatizar el proceso de incorporar conocimiento.
Hoy vivimos en un mundo que ha cambiado radicalmente por internet y que sabemos lo que ha hecho a la democracia.
Es un mundo donde cualquier persona puede comunicar una idea sin un editor que certifique la información, sin ningún tipo de autenticación y sin siquiera tener que develar su identidad, o donde el presidente del país más rico y poderoso del mundo puede tuitear a cualquier hora sin veracidad ni responsabilidad alguna.
¿Cómo entrenas a los estudiantes y, te agregaría, a los docentes a pensar en un mundo donde la información no está certificada aún cuando proviene de las fuentes más poderosas, mediante un sistema basado en lo estrictamente cuantificable?
En ese contexto, ¿qué sugiere cambiar?
Hay dos cosas que quiero decir al respecto.
Lo primero es que la mayoría de las soluciones propuestas para revolucionar la universidad a lo largo de la última década son lo más siglo XIX que se puede tener.
Por ejemplo: «Pongamos toda la información online y enseñémosle a todos a través de una computadora, porque así aprenderán a integrarse a la era tecnológica».
Es la forma de pensar más reduccionista y tonta, porque no aprendes a lidiar con las complejidades, con un conocimiento amorfo lleno de amenazas a la democracia como la información falsa.
Lo que hay que hacer es exactamente lo opuesto. Precisas que te guíen y entrenen para entender lo subyacente.
En segundo lugar, existe un movimiento que propone tomar lo relevante de la educación y deshacerse de todo el resto. Lo «relevante» sería aprender programación y hacer trabajos orientados a la tecnología, y lo «irrelevante» serían asignaturas como historia, escritura, filosofía, sociología y las artes.
Sabemos por muchos estudios hechos incluso por Google que en las empresas la gente que avanza desde el punto de vista profesional es aquella que tiene habilidades comunicativas, de escritura y de escucha, que piensa de forma multicultural y con nociones históricas.
Entonces, tendríamos que repensar la educación en términos de cómo serían las cosas si no tuviésemos departamentos y, por ejemplo, organizáramos la información por problemas en vez de por disciplinas.
Qué pasa si, en vez de usar la tecnología para automatizar el aprendizaje, se la utiliza para inspirar y empujar el aprendizaje y dar oportunidad para la creatividad.
¿Qué mitos sobre la universidad afectan este cambio?
Una de las mentiras sobre la educación universitaria es que no la precisamos. De hecho, es contrafactual.
Si mides el nivel educativo en relación a los ingresos, la universidad es más importante para los más ricos y para los más pobres de lo que jamás ha sido, y la proporción aumenta cada año.
En Estados Unidos se dice que no se sabe de otra medida estadística donde sea tan directa la correlación como la que relaciona cuán alto llegaste a nivel educativo y cuánto dinero haces. Por eso, si tienes dinero para mandar a tus hijos a la universidad, lo haces.
Por otra parte, está el mito de las personas que abandonan la universidad y luego se convierten en Mark Zuckerberg o Bill Gates, pero ese porcentaje es muy pequeño.
Bill Gates, por ejemplo, empezó a trabajar en el área de la computación en la Universidad de Washington cuando tenía 11 años. O sea que no se parece a nadie que haya abandonado la universidad porque básicamente hacía investigaciones de nivel profesional desde que era un niño.
Más que ser un ejemplo de que deberías dejar la universidad, es un ejemplo de que debería haber más desafíos y más aprendizaje práctico antes y no más tarde.
Dicho esto, también es un mito que todos deberían ir a la universidad, lo cual es más verdadero en el sistema educativo estadounidense que en otros.
Hay un porcentaje de personas que no están interesadas en aprender de los libros, que tienen intereses muy específicos como ser un artista o higienista dental.
No hay profesión que no precise algún tipo de formación avanzada, pero puede ser el tipo de entrenamiento que no ofrecen las universidades.
¿Y qué precisan las escuelas para transformarse para el futuro?
Muchas de las formas en que le enseñamos a los niños en la educación formal jamás soñaríamos en aplicarlas con nuestros propios hijos o con nosotros mismos. Sabemos que no funcionan.
Si quiero aprender a jugar al tenis, no quiero una clase teórica con una nota al final de la clase: quiero saber cómo lo estoy haciendo, quiero jugar contra alguien un poco mejor la próxima vez, quiero desafíos. Esto es sentido común.
Esto de nuevo es un fenómeno a nivel mundial, donde hemos reducido la educación de los más pequeños en exámenes. Eso genera muchas consecuencias terribles.
La primera es que es muy mecánico y horrible para la motivación.
La segunda es que genera una increíble ansiedad en momentos en que los niños deberían estar emocionados con aprender.
La tercera es que reduce qué se está aprendiendo a cuál es la respuesta correcta, y se limita la enseñanza al conocimiento que pueda ponerse a prueba.
En algunas áreas como STEM es peor, porque sabemos que si solo estás aprendiendo cómo dar la respuesta correcta entonces no estás aprendiendo los profundos procesos mentales que se requieren para ser un científico profesional.
Creo que lo que estamos haciendo con los niños es casi que impartir una forma de abuso infantil.
Las pruebas buscan disciplinar una cierta forma de pensar y no expandir horizontes intelectuales.
¿Por qué es importante enseñar habilidades blandas y cómo se logra?
El aprendizaje automatizado te permite aceptar respuestas fáciles y una de las cosas que precisamos desesperadamente en este momento es hacernos preguntas complejas.
Para tener un resultado perfecto en una prueba de múltiple opción, por ejemplo, tienes que dar las respuestas correctas.
Pero si estás aprendiendo habilidades blandas, estás escuchando las respuestas o las preguntas por debajo de la respuesta y no dando una solución simplificada a un problema simplificado.
Esto nos ayuda como trabajadores y como ciudadanos del mundo, y ayuda a la democracia.
Yo uso un método que se llama «de inventario» y que consiste en que no se levanta la mano para responder una pregunta, sino que se genera una situación donde cada una de las personas tiene algo valioso para contribuir.
Por ejemplo, un exalumno mío inventó un ejercicio que consiste en buscar un texto muy muy difícil y hacer copias solo de la primera página. La clase se divide entonces en grupos de a cuatro y, después de señalar las palabras que no entienden, pueden usar internet para buscar sus significados.
Luego se les dan preguntas que guían la comprensión. Y, al final de todo, tienen que explicarle a la clase qué aprendieron.
Juntos encuentran formas de lidiar con el texto, aprenden a buscar información, a tener un método guiado para explorar, a trabajar en equipo y colaborar, y a comunicar los resultados al resto.
Cada una de estas son habilidades blandas que, simplificando, te harían CEO de Google.