Esta semana ha sido de esas en las que me he quedado sin palabras en varias ocasiones. Y para quien me conoce sabe que eso es muy difícil, siempre tengo algo que opinar y decir.
Pero asimilar las cosas a veces lleva su tiempo y más cuando te rompen todos los esquemas de la lógica más básica.
Y miren que no hablo de emociones, hablo de la mente que es con lo que suelo tratar de interpretar las cosas que ocurren a mi alrededor que no son de mi vida personal directa, claro.
He tenido que respirar, calmarme y tratar de entender qué es lo que está pasando en el mundo, de dónde es que nos está llegando esta agresividad constante, ese irrespeto por la vida humana como si ya fuera algo normal.
Y no lo es.
Me niego a admitir lo que está pasando, quiero alzar la voz para que desde nuestros espacios de influencia reaccionemos porque no podemos seguir bajando la cabeza ante lo que nos está rodeando.
Que un muchacho de 18 años pueda entrar en un colegio y matar a un grupo de niños es algo que no debería pasar. Y es solo un ejemplo. Hay demasiados
Se están cruzando límites constantemente, nos bombardean con muchas de estas informaciones y parece que ya es algo normal ver en los medios y en las redes barbaridades entre seres humanos. Hasta la guerra ya es algo televisado y todos decimos: qué horror y pasamos a lo siguiente.
Esa insensibilidad es lo que más me preocupa. Que las nuevas generaciones estén creciendo con toda esta información y ya lo vean como algo que pasa y nada se puede hacer. Y sí se puede, hay que reaccionar o al final dejaremos nuestra humanidad en el camino.