El sacrificio de Jesús en la Cruz del Calvario y su resurrección estampó un sello de eternidad con Dios a la que estábamos vedados, por el pecado cometido en el Edén.
Sin lugar a dudas tenemos que dar gracias a Dios, no solo en el tiempo de la Semana Mayor, es asunto de darle gracias todos los días, porque el milagro de amor ha sido tan grande, que en nuestra limitación de naturaleza carnal no alcanzamos a vislumbrar en su justa dimensión.
Cuando estamos frente a la muerte de un familiar y repasamos las etapas de la vida, vemos la grandeza de una creación justa y perfecta desde el punto de vista espiritual, donde al final no importa si somos blancos o negros, o amarillos o de otro color, ricos ni pobres, de una nación u otra, esa diferencia no surgió de la creación, la impusimos nosotros, pues lo que importa ante Dios es la huella que dejamos.
Para ser más exactos, en ese escenario nos vemos frente a la realidad de que somos polvo, y si obviamos el paso del tiempo, eso queda al incinerar un cuerpo. La verdad es dura de ver pero hay que enfrentarla, físicamente a eso quedamos reducido. Es ahí cuando elevamos nuestra mirada al Padre y decimos, gracias mi gran Dios, porque fuimos creados con carácter de eternidad y por amor, en esa dimensión y mediante el sacrificio de Jesús, hiciste la gran diferencia.
El mundo atraviesa por una marcada degradación de valores, el amor es el gran ausente y por ende el pecado parece tener una línea progresiva, pero la buena noticia es que aún abundando el pecado y el desapego a Dios, sobreabunda la gracia, tu y yo estamos a tiempo de elegir la eternidad con Dios..
Que esta celebración no termine con la Semana Mayor, que la misma permanezca en nuestros corazones y se refleje en nuestra forma de vida, impactando al prójimo.
No olvidemos que el amor de Dios permanece para siempre porque no es un sentimiento adherido, es un atributo a su existir.