La poesía nos habla quizás mejor que ningún otro género acerca de nosotros mismos, nos pone frente a un espejo o nos lleva a una plaza, y ya sea en íntima comunión con uno mismo o en gozosa comunidad con los demás, nos eleva y nos encumbra.
Nos hace grandes; nos empequeñece.
Pero, ¿hemos acaso definido la poesía? ¡Claro que no! Estamos apenas asomándonos a sus misterios. El Diccionario de la Real Academia Española, al definir la poesía, adolece de cierta asepsia casi clínica, que parece sugerir que a la palabra se le ha efectuado una autopsia.
Pero los franceses poseen una definición más amable: la poesía es ¿el arte de evocar, de sugerir las sensaciones, las impresiones, las emociones a través de un empleo particular de la lengua, mediante la unión intensa de sonidos, ritmos, armonías e imágenes?