El 28 de octubre de 1922, los «camisas negras» de Benito Mussolini marchaban sobre Roma e Italia inauguraba el régimen fascista.
Un siglo después, casi día por día, y por primera vez desde la Segunda Guerra mundial, el partido mas votado en Italia hunde sus raíces en el posfascismo, y ha recuperado un lema que popularizó «Il Duce»: «Dios, patria y familia».
En apenas una década, Giorgia Meloni, la gran vencedora del los comicios que ha celebrado Italia, ha conseguido llevar a su partido, Hermanos de Italia, desde la marginalidad al centro político e, inexorablemente, al palacio Chigi, sede del Ejecutivo. Se prevé que el presidente de la república, Sergio Mattarella, le encargue formar gobierno en las próximas semanas.
¿Cómo ha sido esa progresión?
Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania llevó a cabo un proceso de «desnazificacion» y un doloroso ajuste de cuentas con su pasado. En Italia, sin embargo, se decidio mirar para otro lado.
Por aquel entonces, el Partido Comunista italiano era el mayor de toda Europa occidental y los aliados, inmersos en la dinámica de la Guerra Fría, tenían un objetivo principal: que los comunistas no llegaran al poder.
Por miedo a que las purgas de antiguos fascistas pudieran generar inestabilidad, las potencias aliadas hicieron la vista gorda ante la creación de nuevos partidos herederos de «Il Duce» y sus ideas. No solo eso, muchos símbolos y monumentos fascistas siguieron -y siguen- presentes en las calles italianas, como los fascios que adornan aún muchas de las tapas de alcantarilla de Roma.
Así surgió en 1946 Movimiento Social Italiano (MSI), fundado por Giorgio Almirante, que había sido jefe de gabinete del último ministerio de Propaganda fascista.
Giorgia Meloni no ha escondido nunca su admiración por Almirante. En 2018, ella misma difundió un fotomontaje que tituló «De Giorgio a Giorgia», en el que se presentan uno al lado del otro con idénticos eslóganes: «Podemos mirarte a los ojos». En 2020, cuando se cumplían 32 años de su muerte, la ahora vencedora de los comicios en Italia homenajeó a Almirante en Twitter con estas palabras: «Un gran hombre, un gran político, un patriota».
Con la caída del bloque comunista, surgieron nuevos partidos de derecha. Uno de ellos, Forza Italia, liderado por el multimillonario Silvio Berlusconi, incluyó en su coalición de gobierno en 1994 al MSI, liderado entonces por Gianfranco Fini. El posfascismo entró en el gobierno, y ante los ojos de los italianos, argumenta Luciano Cheles, de la Universidad de Grenoble, «le dio respetabilidad».
El partido pasó a llamarse Alianza Nacional y una joven Giorgia Meloni, que con 15 años había militado en el MSI, se convirtió en la líder de sus juventudes.
Hermanos de Italia nace de ese caldo de cultivo. «Han cambiado muchos postulados, han cambiado algunos aspectos, aunque son, por supuesto, un partido de derechas que tiene sus raíces en el movimiento posfascista», analiza Lorenzo Pregliasco, profesor de Ciencias Políticas de la universidad de Bolonia.
Los orígenes del partido, argumenta Cheles, están estrechamente conectados con los partidos neofascistas, pero Hermanos de Italia y Giorgia Meloni se encuentran con una disyuntiva: «por una parte, quieren presentar una imagen respetable, de moderación y modernidad, y por ello han dicho que han cortado el cordón umbilical con el fascismo. Pero, por otra parte, no quieren perder una parte del electorado que cree que una forma moderna del fascismo es aún válida y aceptable».
Simbología fascista
Esas raíces están presentes en toda la simbología del partido.
La más evidente es la llama tricolor, el símbolo del Movimiento social Italiano que Hermanos de Italia ha mantenido. Una llama que, por cierto, también adoptó el Frente Nacional en Francia -aunque con los colores de la bandera gala- y que, más estilizada, conserva la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen.
«Pero en su propaganda hay muchísimas más referencias al fascismo, algunas más o menos escondidas porque están hechas para ser comprendidas por los fascistas y aquellos que están familiarizados con su simbología», explica Cheles, experto en iconografía política.
Uno de los ejemplos que ha encontrado Cheles es el mismo himno de las juventudes de Alianza Nacional, que Meloni dirigió durante años: «se trata de ‘Mañana me pertenece’, que es una canción que canta un joven nazi en la película «Cabaret» de Bob Fosse (1972). Aún sigue siendo un eslogan que aparece en gran parte de la propaganda de Giorgia Meloni».
El propio Giorgio Almirante, al que Meloni admira tanto, es otro de los ejemplos: cada nuevo número de la newsletter de Hermanos de Italia lleva su foto, que también está en la página web de la formación, revela el experto.
Cuáles son sus postulados
Hermanos de Italia hunde sus raíces en el posfascismo pero, ¿qué conserva de esa filosofía?
Umberto Eco consideraba que el fascismo «no tenía esencia» y que Mussolini no había tenido una filosofía particular: «solo tenía retórica». El fascismo, aseguró el célebre semiólogo, filósofo y escritor italiano en un discurso en 1995, «era un totalitarismo confuso, un collage de distintas ideas políticas y filosóficas, una colmena de contradicciones».
No había, por lo tanto, una filosofía particular detrás del fascismo, pero «emocionalmente estaba firmemente fijado a ciertos cimientos arquetípicos», como el culto a la tradición, el miedo a la diferencia, el populismo selectivo o el machismo.
Hermanos de Italia conserva algunas de estas raíces culturales, como detalla a BBC Mundo la periodista italiana Annalisa Camilli: «tienen un discurso fuerte contra la inmigración y contra los derechos de las mujeres, están en contra del aborto y quieren aumentar la tasa de natalidad en Italia, que es la más baja de Europa. En este sentido, son muy tradicionalistas, de ahí su lema, «Dios, patria, familia».
Sin embargo, apunta Camilli, » se han emancipado de ese pasado. Ahora son un partido moderno de ultraderecha, más parecido a otros partidos como la Reagrupación Nacional de Marine Le Pen, Vox en España o el partido de Viktor Orbán en Hungría. Buscan un consenso en torno a ciertos pilares como la lucha contra la inmigración ilegal, la promoción de una identidad nacional y las políticas de apoyo a la natalidad».
Como tantos otros líderes ultraderechistas, desde Orbán al republicanismo de Donald Trump en EE.UU., la ideología de Meloni arremete contra la «izquierda globalista», contra los supuestos «lobbies LGTBI», habla de cómo la «inmigración masiva» acabará sustituyendo a los italianos «de toda la vida», es decir, a los blancos y cristianos, en línea con la teoría del «gran reemplazo» del polemista francés Renaud Camus.
«El neofascismo», reflexiona Cheles, «no lleva necesariamente camisas negras. El fascismo hoy tiene una forma más sutil, es una forma de autoritarismo cuyos elementos se resumen en no respetar las diferencias ni a las minorías, y que mantiene actitudes intolerantes hacia ciertos grupos de personas».
Dónde se alimenta el neofascismo
En un país como Italia, indica Camilli, «el fascismo es algo endémico. De alguna forma, 100 años después, los testigos han muerto y la memoria que queda no es lo suficientemente fuerte para evitarlo».
La base electoral, además, se ha vuelto mucho más líquida. Y, si algo han demostrado los italianos en los últimos años, es que siempre votan por el cambio.
Los sucesivos gobiernos han generado una desafección entre los ciudadanos y el populismo parece haber llegado para quedarse. «El Movimiento 5 Estrellas ya preparó ese terreno asegurando que no había diferencias entre la izquierda y la derecha, que todo era corrupción», señala la periodista del semanario «Internazionale».
Ese discurso de indignados contra la casta y contra las élites, contra los partidos tradicionales y la política clientelar de la que muchos italianos están hartos, el mismo que abanderaban los populistas del Movimiento 5 Estrellas, ahora lo ha recogido Giorgia Meloni y Hermanos de Italia.
La coalición de ultraderecha se ha nutrido de «las clases trabajadoras que han perdido sus ahorros por la inflación, y de las clases medias que cada vez se empobrecen más y les ha prometido una ‘nueva era», dice Camilli. Hace 100 años, el fascismo también prometió «una nueva era», un nuevo comienzo.
Cómo afecta a Europa
El auge de partidos de ultraderecha en toda Europa, como recientemente el de los Demócratas de Suecia, Vox en España, Ley y Justicia en Polonia o la Hungría de Orbán, de la que recientemente el Parlamento Europeo declaró que no se puede considerar una democracia plena, tienen una misma raíz, según Cheles: el aumento de la inmigración.
«Estas ideas neofascistas se han introducido a través de este tipo de argumentos, los que dicen que Italia u otros países no se pueden permitir tener tantos extranjeros», indica el académico.
En Bruselas, aunque la Comisión Europea asegura que va a trabajar con cualquier gobierno que salga de las urnas, la preocupación es palpable.
Tanto Hermanos de Italia como La Liga, el partido de Matteo Salvini que forma parte de la coalición de ultraderecha, han llevado a cabo una fuerte retórica euroescéptica, aunque con diferencias.
En los últimos meses, Meloni ha moderado su discurso. Ha recalcado que no quiere que Italia salga ni de la Unión Europea ni de organizaciones como la OTAN. Durante la guerra de Ucrania, la líder apoyó la decisión del gobierno de Mario Draghi de mandar armas a Kiev.
La postura de sus socios de coalición, sin embargo, choca frontalmente con la de Bruselas. Salvini tiene una estrecha relación con Rusia y su partido está bajo sospecha de haber recibido financiación de Moscú. El tercer socio de la coalición, Silvio Berlusconi, también amigo íntimo de Putin, justificó recientemente la invasión rusa de Ucrania.
Pero, más allá del asunto de la guerra, lo que realmente preocupa en Bruselas es la posibilidad de que Italia, país fundador de la Unión Euroepa y su tercera economía, se convierta en otra Hungría o Polonia que ponga en peligro sus valores fundamentales.
«Existen preocupaciones a nivel internacional», reconoce Pregliasco, que también dirige la revista digital de periodismo de datos «YouTrend», «pero yo creo que la democracia italiana es más fuerte de lo que parece y, por supuesto, más fuerte de lo que lo era en 1922».