Quienes tuvimos que pasar por ella debiéramos hacer una fiesta larga para celebrar el cierre de ese cementerio de hombres vivos que fue la cárcel de La Victoria.
Roberto Santana y Juan Dionicio Rodríguez Restituyo, autoridades responsables del cierre, me invitaron a la clausura de ese infierno terrenal, por compromisos ineludibles no pude ir. Pero lo celebro. Ahora veo algunos datos.
Ese monumento al crimen contra la dignidad humana fue inaugurado el 16 de agosto de 1952, diseñada por el arquitecto santiaguero Francisco Manuel Batista. Me dicen que don Manuel aún vive y con más de cien años encima, sigue trabajando.
El costo de construirla fue de 915 mil pesos de la época, fue concebida para alojar 978 hombres y 188 mujeres, en cuatro pabellones de celdas; con un taller de ebanistería, barbería, un dispensario médico, un sector para hospitalización de enfermos, todo anunciado por la propaganda trujillista como ejemplo de modernidad y trato humano a los prisioneros.
Todo eso perdió valor rápidamente porque la corrupción, los métodos atroces de la tiranía, empeñada en sofocar la rebeldía política, la convirtieron en un centro de degradación del ser humano.
Sus custodias eran dos compañías de soldados de infantería del Ejército, con un coronel al mando, como de castigo más que de otra cosa se trataba, en los alrededores del penal había un conuco al cual eran sometidos a trabajo forzado los prisioneros, principalmente los políticos.
Las celdas, tanto las ordinarias como las solitarias, respondían al mismo concepto brutal y ni qué decir de la pésima alimentación, basada en una dieta capaz de arruinarle el estómago a cualquiera.
Todo fue empeorando, cuando me tocó padecerla por primera vez, en 1963, ya estaba superpoblada, los talleres poco menos que inoperantes, las salas del hospital convertidas en celdas corrientes y la degeneración moral y la represión de siempre seguían su curso ascendente.
Todo eso empeoró más aún bajo el régimen balaguerista de los doce años, cuando a los crímenes anteriores se le sumaron los asesinatos a tortura vil de revolucionarios, las torturas de la Operación Chapeo, entre otros. Los males siguieron creciendo hasta llegar a lo que La Victoria llegó a convertirse en estos tiempos y de eso las denuncias han sido muchas. Celebremos el cierre de esa sepultura de hombres vivos.
“Cuando Roberto estaba preso en La Victoria, quién le iba a decir que le tocaría a él mismo cerrarla”, comentó doña Dulce. En verdad que muchas veces la vida tiene sus vueltas caprichosas.
Brindemos por ese cierre