Desde hace unas dos décadas, la economía de República Dominicana, sobreviviente de fuertes crisis, entre ellas, la hipotecaria (2007-2008), la de los “commodities”, (2008-2009); la del cólera, de Haití (2010) y la del COVID-19 (2020), así como a conflictos bélicos en Medio Oriente y, más recientemente, al de Rusia-Ucrania, es considerada “el milagro del Caribe”.
Empero, nunca antes, como ahora, República Dominicana y su economía habían tenido tanta buena valoración por parte de otras naciones ni de los organismos internacionales competentes, pero tampoco de inversores de todas partes del mundo que siempre han sido cautelosos y precisos respecto a las condiciones y formas de los lugares en los que se deciden colocar sus capitales.
En este momento, la Inversión Extranjera Directa (IED) en el país ocupa un lugar cimero en el crecimiento y estabilidad de la economía nacional y nunca estará de más que, como hace el gobierno encabezado por Luis Abinader Corona, se sigan trillando caminos importantes para atraerla.
El principal punto de atractivo para la IED, que en el primer semestre del año alcanzó los 2,374,300,000,000, para un crecimiento moderado de 0.9 %, es el turismo, que es el principal renglón de la economía nacional y el que sigue evidenciando que el país “lo tiene todo” y que es “el secreto mejor guardado del Caribe”.
El propio presidente Abinader informó, con datos del Banco Central, que la inversión extranjera directa superó el pasado año 2023 los US$4,000 millones y aseguró que la proyección para el cierre de este 2024, es de US$4,500 millones, una cifra sin precedentes en la historia económica del país.
Quienes preguntan cómo impacta esa inversión en el desarrollo y crecimiento de República Dominicana u otro país que gozara de ese importante atractivo, la respuesta es diversa y medible.
Esa inversión genera empleos, contribuye al aumento de la competitividad, impulsa procesos tecnológicos y obliga a que distintos sectores nacionales y extranjeros busquen la forma de adaptar sus procesos, equipos y personal operativo y administrativo a los nuevos tiempos.
Es un efecto de billar, porque favorece visiblemente otras variables esenciales para el desarrollo y el crecimiento del país, que, de su lado, aporta las condiciones necesarias de estabilidad social, política, jurídica y económica para atraer esa inversión extranjera directa.
Por estas y otras razones, tiene mucho sentido que el mandatario haya participado en condición de orador en la 27ª Conferencia Anual del Banco de Desarrollo de América Latina y el Caribe, en colaboración también con el Times Financial, efectuada en Nueva York.
Se trató de un espacio para incrementar la visibilidad del país que, como se ha dicho antes, hoy por hoy está de moda, fortalecer relaciones diplomáticas, exponer políticas públicas de desarrollo, conquistar más inversión de capitales, asistencia técnica y tecnológica y consolidar el compromiso con el sistema democrático nacional, así como proyectar el liderazgo regional que ha venido alcanzando la nación y su propio gobernante.
República Dominicana es un caso de éxito en la región, con un modelo de desarrollo que se basa en la diversificación económica, que sigue en crecimiento, gracias al turismo, la construcción, las telecomunicaciones y las zonas francas, tal como aseguran funcionarios, economistas y analistas de medios locales e internacionales.
Es de justicia solicitar a los responsables de las estrategias de políticas públicas de República Dominicana que brinden un acompañamiento oportuno, eficaz y puntual al presidente Abinader, reelegido con el 57.44 % para un segundo mandato constitucional, tras un período (2020-2024) del que, aunque con inusuales, grandes y múltiples desafíos, como capitán de barco salió a flote, en forma airosa.
El país vive un buen momento, el presidente ha alcanzado un gran prestigio, los segmentos económicos de la nación pueden seguir expandiéndose, la calidad de vida de los dominicanos debe seguir mejorando y los problemas sociales, acumulados desde hace largo tiempo, tienen que ir cediendo.