Me preocupa que el anunciado propósito de la propuesta reforma fiscal deseada por el Gobierno sea aumentar la recaudación para sostener unas finanzas públicas cuyos gastos merecen con mayor razón una revisión.
La llamada “modernización fiscal” se enfocará en la “equidad social” y mayores subsidios para los pobres.
Vienen por más; nuestro manso ogro filantrópico, dispensador de favores con dinero ajeno, es insaciable. Lucirá contradictorio, pero apoyo la reforma, aunque no este enfoque.
Recaudar más sin ajustar gastos, sin reducir nóminas estatales, sin cerrar la llave de subsidios al insaciable sector eléctrico estatal, sin aumentar el gasto de capital, no es una fórmula para crear riquezas, incentivar la producción agrícola e industrial, preservar sectores como el turismo, o acelerar la formalidad y bancarización de personas y empresas fuera del radar de la DGII.
La población aplaudiría delirantemente que muchos profesionales, comerciantes informales y similares evasores del Impuesto sobre la Renta, sean incorporados con macana legal a la masa de exprimidos empleados o negocios formales arrepentidos de su honestidad impositiva.