En medio del debate actual generado porque algunos obispos, sacerdotes y laicos consideramos que hay señales del tránsito de nuestra sociedad hacia formas autoritarias que creíamos superadas, cualquiera con un mínimo de información histórica evoca lo ocurrido en enero del 1960.
Contrario a lo que muchos piensan, fueron tres los documentos emitidos por los obispos dominicanos ese 25 de enero de 1960: 1) La Carta Pastoral en ocasión de la Fiesta de Nuestra Señora de la Altagracia dirigida al venerable clero y todos los fieles; 2) La notificación a los sacerdotes de ambos cleros y a los religiosos sobre participación de carácter político; y 3) Una carta a Rafael L. Trujillo Molina (enviando la copia de la pastoral de ese mismo día). Si negar las tres décadas de colaboración de una parte importante del clero y muchos laicos con la dictadura de Trujillo, la Carta Pastoral y la misiva a Trujillo redime en gran medida a la Iglesia Católica Dominicana.
En la carta a Trujillo existe una declaración de los obispos firmantes que considero es lo más intenso que se le podía decir al tirano en ese momento. Luego de solicitarle que intervenga para que se detengan las desapariciones, torturas y muertes señalan: “Pedimos a Dios recompense su intervención, para que la venerada madre y la distinguida esposa de V.E. no experimenten nunca, en su larga existencia, los sufrimientos que afligen ahora a los corazones de tantas madres y de tantas esposas dominicanas”. ¿Amenaza de muerte? ¿Advertencia de lo que le vendría si seguía patrocinando ese océano de muerte y dolor? Lo cierto es que los obispos le dijeron a Trujillo lo que le esperaba si seguía ese camino y así ocurrió.
Si los obispos dominicanos advertían a Trujillo del destino posible que le esperaba, Juan Bosch Gaviño le escribió una carta al dictador con fecha del 27 de febrero del 1961 con una advertencia semejante. En la misma señala: “…el destino de sus últimos días como dictador de la República Dominicana puede reflejarse con sangre o sin ella en el Pueblo de Santo Domingo. Si usted admite que la atmósfera política de la América Latina ha cambiado, que en el nuevo ambiente no hay aire para usted, y emigra a aguas más seguras para su naturaleza individual, nuestro país puede recibir el 27 de febrero de 1962 en paz y con optimismo; si usted no lo admite y se empeña en seguir tiranizándolo, el próximo aniversario de la República será caótico y sangriento; y de ser así, el caos y la sangre llegarán más allá del umbral de su propia casa, y escribo casa con el sentido usado en los textos bíblicos”.
Ni a los obispos, ni a Juan Bosch, Trujillo les hizo caso, pagando con su vida el desdén por sus consejos. Escuchar a los obispos y a Bosch siempre es sensato cuando de la salud política de nuestra democracia se trata.