En días pasados filosofaba con Ana Mercy Otáñez sobre nuestros estilos de vida, si a levantarnos y acostarnos pensando en lo que tenemos, debemos y nos falta por hacer (dejando unos huequitos para un café o un abrazo familiar) se le puede llamar vida… nosotras estamos viviendo.
Y nos dimos cuenta que, a pesar de saber el valor de las pequeñas cosas y afirmar que la vida se vive a detalles (y de cierta manera disfrutamos de los grandes y pequeños detalles de nuestra vida personal y familiar), la mayor parte del día lo invertimos en el trabajo. Nos apasiona, es verdad; nos gusta, es muy cierto; pero sigue siendo trabajo.
En verdad hay dinero que generar, cuentas que pagar, sueños que hacer realidad y responsabilidades que cumplir… y en eso el equilibrio se va de paseo y la balanza tiende a inclinarse más a un lado que al otro, cuestión de gravedad.
Después de esas horas de filosofía entendí un poco más nuestra necesidad de “prolongar instantes” y atesorarlos…, esos instantes de un café o un vino conversado acompañado de risas y hasta de lágrimas…
Ese instante de celebrar con la familia los cumpleaños, los éxitos y hasta la ‘nada’, porque es bueno solo juntarse para abrazarnos y reírnos de nosotros mismos.
Esos instantes junto a los que más queremos (en mi caso, junto a mis hijos), de solo comer juntos y contar nuestras cosas, de reírnos de las ocurrencias de cada uno, de esa camaradería que solo da la educación con comunicación y respeto… pero sobre todo, de esos instantes para nosotros mismos… esos instantes de soledad que nos ponen en perspectiva y nos permiten conocernos y amarnos un chin más. Así que la versión para hoy es desacelerar, frenar y prestar atención, pues la vida se nos escapa de las manos a la velocidad de la luz.