Beber en espacios públicos es una costumbre dominicana que merece desterrarse por las funestas consecuencias que ha traído. Empero, como generalmente ocurre cuando legisladores u otras autoridades se ven con la oportunidad de prohibir algo, puede que se les vaya la mano, ejerciendo un gadejo innecesario, si olvidan que el mercado de bebidas alcohólicas está muy regulado, fiscalizado y opera eficazmente.
Afectaría muy negativamente al país crear más permisos que los requeridos para operar expendios de bebidas, como colmados o supermercados o bares, restaurantes u hoteles, en vez del efecto civilizador buscado con la prohibición de tomar en la calle. El expendio está ya suficientemente controlado y si en algo debe apretarse es en cuanto a que menores puedan comprar bebidas alcohólicas. Pero sería contraproducente afectar con innecesaria permisología adicional a importantes fuentes de empleo y recaudación fiscal. Ya hay suficientes leyes que si se aplicaran fuéramos un paraíso de orden y civismo. Prohibir beber en las calles no debe ser excusa para exacciones a la industria y el comercio.