Como todo empresario experimentado, Luis Abinader conoce de grandes éxitos y también de reveses en sus negocios familiares.
Su pasión por la política no borra su memoria; de modo que, aunque no lo diga porque cree (quizás equivocadamente) que resta popularidad, conoce las ventajas y virtudes de las privatizaciones bien hechas. Sin embargo, los bréjetes de Punta Catalina estrujan la imagen de la gestión privada solucionadora del hoyo negro del sector eléctrico público.
Si el Estado regalara el 49 % de las distribuidoras, con contratos de administración parecidamente a como funcionan las EGEs, sólo por dejar de subsidiar “ganaría” más de US$1,000 millones cada año, que es el sacrificio fiscal equivalente a casi 40 % de la facturación de las EDEs.
Además, recibiría el 51 % de los beneficios tras amortizar las inversiones que deban hacerse. En el país hay casi diez millones de celulares y ninguna telefónica se queja por falta de cobros ni pide subsidios.
Los dominicanos más felices con su servicio eléctrico son atendidos por empresas privadas y todos pagan religiosamente.