Creo firmemente que el éxito se alcanza trabajando. Crecí rodeada de personas que me enseñaron con el ejemplo sobre compromiso, responsabilidad y cumplimiento.
Formé parte de una generación en la que luchamos por romper estereotipos y lo hicimos gracias a quienes antes que nosotros derribaron barreras para darnos esa oportunidad. Supe aprovechar ese camino, siempre pensando en quienes vienen detrás.
Pero lo hice trabajando, mucho, educándome, observando a quien me llevaba años de experiencia, respetando las diferencias pero firme en mis convicciones, intentando demostrar que me merecía cada uno de mis éxitos, sin exigir nada si antes no había trabajado para lograrlo.
Pronto aprendí que lo que fácil viene, fácil se va, que la mediocridad está en todos los lados, que la ignorancia no solo es atrevida muchas veces es agresiva.
Pero siempre traté de enfrentar los obstáculos recordando los aprendizajes que me transmitieron en mi casa y que enriquecí con los mentores que la vida me ha dado: no esperes que las cosas te lleguen, no te quejes constantemente de lo que no tienes si no trabajas para lograrlo, no acuses a quien le va mejor que a ti desde la pasividad del insulto, no quieras imponer tus ideas a otros si antes ni siquiera has escuchado y ante todo no vengas a decirme que las oportunidades hay que regalártelas, porque entonces no vas a valorar nunca nada.
Cada una de las cosas que he hecho, que sigo haciendo, han implicado esfuerzo, dedicación, aprendizaje, creer en mi y sobre todo ver a los demás no como enemigos sino como parte de este proceso de crecimiento.
Hace poco, mi hijo me dijo que lo que más le gusta de mí es que no importa las veces que me caiga, siempre me levanto. Eso es el éxito.