Un artículo muy interesante de Dacher Keltner comenta investigaciones realizadas al nivel mundial sobre la influencia del poder en las personas, sobre todo en su ejercicio en el ámbito empresarial e institucional.
El autor describe su concepto de la “paradoja del poder”.
El poder representa un riesgo si no se maneja con cuidado. Puede exaltar el egoísmo que se asocia a megalomanía, una condición patológica seria que conduce a la desconexión total de la realidad y al convencimiento de la omnipotencia.
El ejercicio del poder, libera adrenalina, y por lo tanto, incrementa la inclinación a los riesgos y hasta a violentar las reglas, dependiendo de los niveles morales del individuo.
Hay antídotos para no dejarse dañar por el poder. Los consejos de Keltner tienen aplicación general. Ellos son la empatía, el agradecimiento y la generosidad.
La empatía ayuda a pisar tierra. El saber que más allá de los cargos, hay una condición esencial que nos iguala a todos: la humanidad. La empatía implica ponerse en el lugar del otro, actitud de servicio y sensibilidad ante el dolor porque lo que daña al otro también es mi problema, y el de todos.
El agradecimiento se plantea como solución a la prepotencia. Agradecer desde el convencimiento de la interdependencia humana. Nadie llega solo a ninguna parte. Estar en la cima, no sólo es esfuerzo individual, es apoyo de otros, trabajo en equipo y hasta bendición de Dios.
La generosidad es la receta contra el riesgo de la codicia que obnubila. Hay que ser generosos en expresar los afectos, además de dar cosas. La generosidad es la mejor siembra. Una promesa bíblica. En ese sentido, recordamos un discurso aleccionador de Rafael Monestina de Supermercados Bravo.
El expresó que sus ganancias se duplicaron desde que empezó a sembrar en el Hogar de la Red de Misericordia que apoya en Santiago. Su generosidad incrementó su poder económico. Es que el poder es servicio, amor al prójimo y solidaridad.