La identidad se asocia a aquello que somos. Como humanidad somos el pueblo de Dios, quien es el dueño de nuestras vidas y de la creación. Los dominicanos tenemos una identidad caracterizada por la herencia de la fe cristiana y los valores patrios.
El compromiso con la Patria como valor fundamental implica cultivar en los niños, adolescentes y en todo ciudadano, promoviendo las siguientes acciones:
Preservar la fe: tenemos el privilegio de una herencia de fe reflejada hasta en los símbolos patrios. Nuestra bandera contiene la cruz y el escudo la Biblia. El lema de la nación privilegia a Dios como centro y guía del pueblo. La devoción a la Virgen de la Altagracia y las Mercedes arraigan en nuestra nación la protección divina. Transmitir la vivencia de la fe es preservar la identidad dominicana.
Promover el amor patrio: además de difundir y respetar los valores de la dominicanidad, amar lo nuestro implica consumir lo que producimos y apreciarlo, liberándonos del desprecio por lo nacional y la transculturación.
Ser buenos ciudadanos: el buen ciudadano honra su patria respetando y cumpliendo las leyes, pagando los impuestos, protegiendo el medio ambiente y promoviendo la paz social que empieza por casa.
Fortalecer la democracia: el gran valor que nos legaron Duarte, Sánchez y Mella fue la democracia, un sistema político y social que reafirma la dignidad de la persona, la libertad y la igualdad.
Fortalecer la democracia, no sólo es votar cada cuatro años, también ejercer y reclamar nuestros derechos, promover la tolerancia y la no discriminación, participar en la vida social e incidir en la solución de los problemas y males que aquejan al país.
Promover la honestidad: la patria se lacera cuando la mentira y el engaño crecen y no se detienen. Si queremos que no haya corrupción, desterremos esa práctica de las familias, las escuelas, las empresas y de todas las instituciones.
Apostar por la confianza en la nación: aunque en determinados momentos estemos tentados a perder la esperanza, el compromiso patrio requiere de un optimismo irremediable que nos motive a apostar por lo mejor, con la convicción de que el mal nunca es sostenible y el remedio frente a él es la honestidad, la verdad, la solidaridad y la paz, y esos valores los construimos los buenos ciudadanos.