Preservar la democracia

Preservar la democracia

Preservar la democracia

Nassef Perdomo Cordero, abogado.

Hace unas semanas se publicó un estudio según el cual el 68 % de los dominicanos no vería con malos ojos un gobierno autoritario. Este dato, espeluznante, tiene una explicación: la mayoría de los entrevistados también piensa que en nuestro país se gobierna para unos pocos. Mi apreciado profesor Eduardo Jorge Prats escribió un interesante artículo en el que alerta sobre el agotamiento del modelo político y ofreció, como solución, un acuerdo nacional que permita rescatar la confianza en la democracia.

Por otros motivos, pero en el mismo sentido, el jurista argentino Roberto Gargarella publicó recientemente un artículo en el que señala que parte importante del problema es que los líderes políticos han definido la democracia en términos muy estrictos, y eso ha pasado factura. Para Gargarella, la práctica política ha desvirtuado el sistema de frenos y contrapesos, que sigue permitiendo la separación de funciones, pero dificultando el “diálogo entre iguales”. Cada institución —sobre todo el Poder Ejecutivo— procura ampliar sus facultades más allá de lo permitido, con la consiguiente exclusión de los demás poderes y de la ciudadanía de la toma de decisiones.

Así las cosas, los procesos políticos se desarrollan al margen de la voluntad de las mayorías, que por un lado están obligadas a escoger entre dos males, y, por otro, es responsabilizada por hacerlo, aunque no tiene opción.

Entiendo muy acertado este análisis de Gargarella, y creo que lo apuntado por él no sólo debilita la fe en la democracia, sino que contribuye a fortalecer el maniqueísmo que tanto daño le hace. Un escenario en el cual, para justificar(se) el voto, las personas sólo se fijan en lo bueno de los suyos y lo malo de los otros, dificulta el entendimiento, máxime cuando las prácticas del poder demuestran ser resistentes a los cambios de protagonistas.

Los dominicanos debemos tomar nota de lo que sucede ante nuestras narices. Si la democracia no sirve a las mayorías, estas le volverán la espalda y entonces será el llanto y rechinar de dientes. Todos debemos poner de nuestra parte para evitar que un día, probablemente más temprano que tarde, el fantasma del autoritarismo cobre forma y nos atrape a todos.



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