Los enemigos de Dios siempre van a buscar la forma de persuadirte para que no hables acerca del evangelio de salvación, arrepentimiento y perdón que Jesucristo vino a compartir a esta tierra.
Les molesta que compartas cualquier cosa que se parezca a Dios, incluso de la innegable biografía de Jesucristo, por la sencilla razón de que el orden divino va en contra de sus propósitos personales.
Por eso surgen movimientos en contra de leer la Biblia en las escuelas o prohibir que se hable de religión en determinadas instituciones educativas y otros organismos de incidencia en la formación del pensamiento de los individuos, bajo el disfrazado alegato de «evitar confrontaciones» o respetar “la igualdad de creencias”.
Pero el apóstol Pedro nos advirtió que »es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres», Hechos 5:29-31.
En todo momento es preciso analizar si lo que te están pidiendo o imponiendo te induce a negar tu fe o contraviene con el mandato de Jesucristo de «ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que les he mandado», (Mateo 28:19-20), pues ninguna autoridad está por encima de Dios ni nada merece más la pena que tu salvación.
De ningún modo esto es un llamado a la rebelión ni al irrespeto, sino a estar preparados para presentar defensa ante todo el que pida razón de la esperanza que nos dejó el Evangelio de Jesucristo. Eso sí, con toda mansedumbre y reverencia (1 Pedro 3:15). Nadie te puede impedir hablar de Dios, si estás respetando el orden, puesto que también la Constitución y leyes de la República consagran la libertad de expresión y difusión del pensamiento.
Siempre habrá oposición y estas pueden traer consecuencias, pero recuerda que Jesucristo nos ordenó serles testigos (Hechos 1:8), y la palabra “testigos” en Griego es “Martus”, que significa Mártir.
Por eso no fue casualidad que el Apóstol Pablo dijera que: «es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios», (Hechos 14: 22); pero vale la pena, ya que lo que suframos en esta vida es cosa ligera y pasajera, que no se compara con la gloria eterna que nos espera (1 Corintios 4:17).
Una buena defensa sólo se logra estando lleno del Espíritu Santo y bien capacitado en las escrituras.