Premoniciones y temores

Premoniciones y temores

Premoniciones y temores

José Mármol

Para el filósofo de origen surcoreano establecido en Alemania, en cuya lengua escribe, Byung-Chul Han, las quiebras del mundo actual y el imperio aplastante de las no-cosas, producto de la carrera incesante por la información y la digitalización, han provocado nuevos temores a la humanidad presente.

Han convierte, como su maestro Heidegger, esos temores en premoniciones, en reflexiones filosóficas que preludian acontecimientos riesgosos para la estabilidad del ser humano en sociedad, sus valores, sus rituales, sus estilos de vida, de pensamiento, su cultura.

En uno de sus ensayos más recientes, titulado “No-cosas. Quiebras del mundo de hoy” (Taurus, 2021), este pensador, con marcada orientación a explorar las posibilidades filosóficas de la literatura, disciplina en la que también se doctoró, afirma remitiéndose a Heidegger que el ser humano goza de estabilidad sobre la tierra y el mundo cuando se siente condicionado por las cosas concretas, las cosas reales.

Sin embargo, el orden de la información y la digitalización es aquel cuyo empoderamiento deriva del no condicionamiento por las cosas. Allí nada es concreto, por el contrario, todo es virtual, un dato, un discurso, un cálculo, un algoritmo.

La pandemia de la Covid-19 acentuó el apogeo del medio digital y el imperio de la información, al negar a la humanidad el contacto cuerpo a cuerpo, la participación en los rituales familiares o sociales, la posibilidad del abrazo.

Ni el tiempo ni el espacio son ahora lo que fueron. Tiempo es hoy atolondramiento, tendencia, simultaneidad, volatilidad. Espacio es ahora vacío, no-cosa, indicio de la luz en la pantalla, ubicuidad, dato, superposición o espectro cuánticos, grado cero de la distancia.

El Metaverso, significante mayor del imperio de las no-cosas, ha avanzado ya negociaciones de carácter inmobiliario para compra de solares en la virtualidad y el desarrollo de proyectos arquitectónicos en el aire o la nube.

Las criptomonedas amenazan la validez del dinero contante y sonante y el arte, reducido a vestigio virtual, ha vendido obras por millones de dólares. Este es el orbe de lo no condicionado por las cosas y significa la nueva aventura del ser humano.

Han subraya: “Nos encaminamos hacia una era trans y poshumana en la que la vida humana será un puro intercambio de información. El hombre se deshace de su ser condicionado, de su facticidad, que, sin embargo, lo hace ser precisamente lo que es.

El hombre procede del humus, esto es, de la tierra. La digitalización es un paso consecuente en el camino hacia la anulación de lo humano” (p.93). Hemos migrado de un ámbito de fiabilidad, de confianza en la tierra y sus derivados, de las cosas y sus rituales, a un ámbito de culto inconsciente en la información, que suele degradarse en desinformación, y al vacío movedizo, resbaladizo del medio digital y la virtualidad.

La desrealización digital de las cosas, en tanto que crisis de la presencia, atenta, además, contra los vínculos humanos primarios, contra el valor de las palabras en la comunicación, más que en la conexión; contra la obra de arte como liberación del sentido; contra la preeminencia de la alteridad como preocupación ética por el otro; contra el poder desocultador o revelador del concepto, más allá de la evidencia chata del dato; contra el pensamiento como, según Heidegger, obra de las manos, por encima del cálculo aditivo y la dictadura de los dedos; contra el valor espiritual del retrato frente a la banalidad narcisista y efímera del selfi; contra la aventura de lo erótico por ante la virulencia pobre de lo porno; contra la recuperación de los lazos humanos y las cosas queridas de la era del corazón versus la era de la insensible información.