La queja es perenne y la escuchamos con frecuencia en diversos escenarios. La niñez y la juventud de hoy no quieren leer. No se interesan por los libros.
La gente está seducida por las nuevas tecnologías y dedica una parte significativa de su tiempo a chatear o a entretenerse con los juegos electrónicos.
En el mejor de los casos, vemos que ese público, que debe estar ávido de conocimientos, apenas lee un poco o lo hace de manera superficial en los modernos formatos que le permite acceder a los libros electrónicos o a las páginas de las bibliotecas en línea.
No basta con externar el lamento como una interminable letanía.
Hay que concebir y ejecutar acciones para promover la lectura y el conocimiento. Me refiero a que es prioritario promover la conveniencia de que niños y niñas, jóvenes y personas adultas desarrollen el hábito de lectura y sean seducidos por el rico y amplio universo que encierran los libros, el conocimiento acumulado por la humanidad y sus obras literarias.
En el caso de nuestro país, donde la población lectora es muy reducida, le corresponde al Estado articular un Plan Nacional de Lectura, a mediano y largo plazo, que concentre los esfuerzos del Ministerio de Educación, el Ministerio de Cultura, la Academia Dominicana de la Lengua y otras entidades públicas y privadas.
En años anteriores, desde el Estado se lanzó un plan de lectura, pero es evidente que faltaron recursos y la articulación social necesaria para que concitara el entusiasmo colectivo y se aplicara en todas sus fases.
La promoción de la lectura no debe ser una labor solo de escritores o personas vinculadas a la cultura. Debe interesarnos a todos y por ende corresponder a un esfuerzo nacional, impulsado por el gobierno, que en este período está mostrando una preocupación especial por el avance de la educación y está haciendo cuantiosas inversiones para mejorar la infraestructura escolar y las condiciones en que se imparte la docencia.
El gobierno podría tomar como punto de referencia las experiencias que han tenido otras naciones en la ejecución de sus planes de lectura, como es el caso de Chile. “El Plan Nacional de Fomento de la Lectura Lee, Chile, Lee” parte de una política pública abarcadora.
Es un esfuerzo conjunto del Ministerio de Educación, la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos y el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes del país de Pablo Neruda y Gabriela Mistral.
Con la implementación de ese plan, Chile se propuso lograr en la ciudadanía una actitud reflexiva y responsable frente a la información y los hechos sociales, económicos y políticos, mejorando así la calidad de vida de los habitantes del país.
¿Puede la República Dominicana concebir y ejecutar un plan nacional de lectura acorde a sus necesidades? ¡Claro que sí! Para lograrlo es necesario que trabajemos aunadamente y comprendamos que sin educación, sin lectura y trabajo no puede haber progreso social.
Precisamos pasar de las palabras a los hechos, motivar e impulsar que las autoridades asuman un invariable compromiso al respecto, a fin de que este tema no pase como una golondrina y se convierta en una simple bandera de campaña política.
El Mester de Narradores de la Academia Dominicana de la Lengua, que integramos los escritores Manuel Salvador Gautier, Ofelia Berrido, Ángela Hernández, Miguel Solano, Luis Arambilet, Rafael Peralta Romero y esta autora, considera ineludible concienciar para que las autoridades de los ámbitos de la educación y la cultura se motiven a articular un plan nacional de lectura, que transforme la actitud ante los libros de los docentes, los estudiantes y el público en general.
Un pueblo bien formado, con hábitos de lectura y capacidad de abstracción, tiene mayores posibilidades de avanzar, de trascender las limitaciones circunstanciales y derribar las barreras que lo mantienen sobreviviendo en el subdesarrollo económico, social y cultural.