“Con la educación, es el hombre una criatura mansa y divina; pero sin ella, es el más feroz de los animales. La educación y la enseñanza mejoran a los buenos y hacen buenos a los malos” (Platón).
El domingo 10 de agosto fue celebrado el desfile dominicano (Dominican Day Parade), en la Sexta Avenida de Manhattan, un acto que se ha convertido en una tradición en esta urbe, en el cual los dominicanos tienen la oportunidad de manifestar sus rasgos culturales y el amor por sus raíces, a pesar de estar lejos de su patria.
En esta entrega, el esplendor, la brillantez y la autenticidad de este acto, fueron opacados por la ocurrencia de incidentes, que lejos de llenar de orgullo a la comunidad trabajadora y amante de su tierra que vive en la “Gran Manzana”, les genera una gran vergüenza.
Enfrentamientos con la Policía, ruidos estruendosos y montones de basura en las calles, son solo botones de muestra del lado oscuro de la dominicanidad exhibidos ante el mundo en este desfile.
La ocurrencia de estos desagradables incidentes no solo pone en evidencia la incapacidad de los directivos para manejar un evento de esa magnitud, sino que también nos da una muestra del bajo nivel de desarrollo y educación de nuestra comunidad joven (diáspora) inmigrante en Nueva York.
Esta situación es el reflejo de la falta de atención de las escuelas públicas de la ciudad, evidenciada en la carencia de recursos económicos para mantener una educación de calidad.
Un sistema de educación malogrado, como resultado del abandono y desenfoque de los oficiales electos que representan nuestras comunidades, los que, por falta de visión, no asignan fondos a los centros educativos donde van nuestros inmigrantes.
Esa educación de mala calidad ha provocado el aumento de estudiantes que abandonan las escuelas en los últimos 11 años, a un 22% anual. Estampida que corre sin dirección alguna a las calles, sin ofertas, en busca del “sueño americano moderno: el consumo en exceso”.
En el 2015, se inició un modelo nuevo del desfile, cuando el entonces fiscal General de Nueva York, Eric Schneiderman, solicitó al Centro Comunitario Hermanas Mirabal, que había asumido el desfile después de la salida de Nelson Peña, unir esfuerzos con otro sector controlado por los políticos, para celebrar el evento.
Un modelo profesional y diferente, con representación de todos los sectores de la comunidad dominicana, pero con la deficiencia de que no se hablaba, ni tampoco se habla actualmente, el español al interior de la directiva, solo inglés; o sea, que quienes no hablan inglés, no pueden ser miembros de la junta.
También se crearon los estatutos con una cláusula especial, que atrapa o secuestra la oportunidad de que alguien de afuera del círculo político en control pueda ingresar a la directiva. Esto ha permitido que, para llenar las vacantes, solo los miembros activos pueden hacer propuestas de nombres de aspirantes.
Es por ello que los nuevos miembros, desconocidos, no manejan a fondo la idiosincrasia y el objetivo principal del desfile.
Este desconocimiento ha provocado una distorsión de la intención con la que fue concebida esta celebración, que no deja de ser una conquista de la comunidad dominicana en Nueva York: la promoción de los valores culturales nativos.
Cumplidos los primeros tres años de la nueva directiva (2015-2018), el desfile comenzó un descenso degenerativo y alejado de los valores y principios establecidos.
Hoy día, se ha convertido en un compadreo de personajes que solo buscan figureo y tumbar polvos, con el objetivo de crear records personales y buenas relaciones que sumen prebendas.
Como Primer Vice-Presidente y representante de los movimientos sociales que fui (2015=2016), veía con preocupación el destino de este importante evento de la diáspora en manos de los que seguían las instrucciones de políticos oportunistas y desvinculados de la realidad de nuestra comunidad inmigrante y sus valores autóctonos.
Hoy vemos desfilando un puñado de “representantes” que promueven la expresión de vocinglería barata y degenerada, los cuales son recibidos por los directivos y políticos, como si fueran héroes.
Oportunistas que alimentan la ignorancia de esos excluidos y marginados del sistema de educación, sin la más mínima posibilidad de cambios que mejoren su grave situación.
Los estatutos del Dominican Day Parade deben ser revisados para hacerlos más incluyentes y democráticos. Sería saludable si la directiva actual renunciara a sus cargos, para que nuevos miembros, con visión y decisión puedan asumir la misión de este hermoso compromiso de promover nuestros valores, no la basura.
De lo contrario, aunque resulte cruel tan solo pensarlo, la Ciudad de Nueva York debería prohibir su realización, hasta tanto se garantice el apego a la esencia y el propósito para que fue concebido.
El Desfile Dominicano de Manhattan debe llegar a todos, pero con la colaboración de todos los que componemos esta hermosa y culturalmente rica comunidad, con sabor a pueblo, para acabar con el secuestro por parte de una élite ignorante y políticos corruptos, que más que promover nuestro desarrollo, procuran perpetuar el concepto de seres maleducados, bullangueros e irrespetuosos de las leyes con que nos tildan por esas tierras.
Luis Tejada
Activista Comunitario y Politólogo en la Ciudad de Nueva York