Para nadie es un secreto la caótica situación que impera en el Estado fallido de la República de Haití. Ha transcurrido más de medio siglo en el que esa nación, fronteriza con República Dominicana por los lados sur y norte, sufre todo tipo de calamidades, política, económica, social moral, medioambiental y de desastres naturales, entre otras,
De los miles, casi millón y quién sabe, de haitianos que residen en República Dominicana no todos carecen de la documentación que los legitima como extranjeros que se encuentran en el país para estudiar, trabajar y/o hasta invertir en distintas áreas empresarial y comercial del país.
Lo malo es que todos los haitianos son medidos con la misma vara por parte de personas que, muchas veces, sin ningún respaldo oficial, actúan en nombre del Estado, colocando la persecución y el acoso como si se trataran de políticas públicas de República Dominicana.
Ese comportamiento, a veces basado en el plagio mismo a la autoridad competente, induce a unos cuantos antinacionales, locales e internacionales, a etiquetar al país de xenófobo, a pesar de que esta nación acoge con consideración y conmiseración a todos cuantos por alguna razón deben buscar un lugar o refugio en el mundo, diferente al suelo que los vio nacer.
Conozco en forma directa decenas de casos en los que la ignominia ha hecho acto de presencia y otros tantos me han contado. Por ejemplo, una mujer haitiana con su pequeña hija enferma, residente en Las Palmas, en Herrera, Santo Domingo Oeste, a la que una hermana que se encuentra en otro país del mundo, le envió cien dólares para ayudarla con la situación de la niña.
Ella, desesperada, fue a buscar el envío a la agencia y mientras se encontraba en la fila para ingresar al lugar, ubicado en un punto de la avenida Isabel Aguiar, del área donde reside, en la provincia Santo Domingo, la detuvieron y la montaron a la “camiona” (así es como popularmente se identifican en RD a los vehículos oficiales que salen a las calles a realizar operativos de control a personas sin documentos).
Cuando ella pedía clemencia, se la concedieron. Le permitieron ir a retirar la remesa que le había enviado su pariente para que llevara su niña al médico. Si antes de terminar de escuchar este relato usted piensa que se trató de un acto de humanidad, tristemente, acaba de fallar en sus conclusiones. A mí también me ocurrió.
“Vete a buscar el dinero”, le dijeron. Ella lo hizo, pensando, quizás, que había logrado sensibilizar a quienes se identificaron como oficiales de la Dirección de Migración, que andaban, además, con uniformes de esa respetada institución y en uno de los camiones que utiliza la entidad en sus operativos.
Tan pronto salió de la casa de remesas en la que retiró el dinero, los mismos supuestos “inspectores” u “oficiales” migratorios la volvieron a interceptar y le quitaron los dólares. Dígame usted ¿Esto es un asalto o no?…
Más adelante, otros “oficiales” de la Dirección General de Migración la detuvieron cuando ya se disponían a retornar a su hogar, triste y cabizbaja, sin medio peso en su cartera y sin lo que salió a buscar para medicamentos de su prole, sólo con un pasaporte vigente, pero sin visa, como documento de identidad.
Allí ya no tuvo salida, porque no tenía dinero. La montaron a “la camiona” y la llevaron al Centro de Retención de Haina, ubicado en ese empobrecido municipio de la provincia San Cristóbal, operado por la Dirección General de Migración, donde lleva a quienes son detenidos en operativos de localización de extranjeros sin documentación para después, supuestamente, repatriarlos hacia su país.
Con ella, cuyo nombre es B.A, por sus iniciales, no se produjo repatriación. Ella sigue aquí en República Dominicana, luego de repartir diecisiete mil pesos (RD$17,000.00) que su familia tuvo que reunir para que la sacaran del Centro de Retención.
Ocurre a diario. Ocurre con ellos. Ocurre, incluso, con quienes entregan sus documentos legales o en proceso de expedición a supuestos representantes de Migración, quienes alegan, entonces, que son falsos o que no están en el sistema, sólo para quitarles dinero a los detenidos. ¡No es justo!
Con muchísima razón y como a tantos otros haitianos, el miedo la acecha segundo a segundo, minuto a minuto, hora a hora, día a día porque se pregunta, ¿cuándo volverán a detenerla los que se identifican, que probablemente no lo son, como agentes, oficiales o supervisores de la Dirección General de Migración? Esta práctica es otro de los tantos desafíos por resolver entre las múltiples tareas.