Es una discusión que los adversarios del presidente de Estados Unidos han tenido desde hace tiempo: ¿es Donald Trump mentalmente apto para su cargo?
El tema ha resurgido en en los últimos días en algunos medios de comunicación como el Washington Post o la cadena CNN, tras la publicación del polémico libro del periodista Michael Wolff, en el que relata el ascenso de Trump a la presidencia con entrevistas a personas cercanas al mandatario.
Incluso este viernes, el secretario de Estado de EE.UU., Rex Tillerson, se pronunció sobre el tema, asegurando que él «nunca se cuestionó» la salud mental del presidente, pese a que Wolff dice en su libro que en la Casa Blanca consideran a Trump un «niño».
La idiosincrasia del presidente, su fuerte personalidad y su forma de hablar, diferentes a la de la élite de Washington, han sacudido la política estadounidense en el último año.
Pero esa personalidad y carácter también han contribuido a que se forme una atmósfera en la que sus críticos han ido más y más lejos, hasta cuestionar si Trump es apto para el cargo.
Algunos incluso han llegado a poner en duda su salud mental.
¿Qué se dice actualmente?
La oleada actual de especulaciones se ha reavivado tras la publicación del libro «Fuego y Furia», en el que el periodista Michael Wolff escribe que, durante el tiempo que pasó en la Casa Blanca para preparar su ensayo, conoció a gente alrededor de Trump que notaba que «sus facultades mentales patinaban».
Durante la promoción de su libro, Wolff aseguró que Trump, de 71 años, repite frases para sí mismo a menudo.
La repetición puede ser causada por la mala memoria a corto plazo, así como por otros factores.
Puede ser un signo de demencia, que afecta hasta 8% de las personas mayores de 60 años en todo el mundo, según la Organización Mundial de la Salud.
«Todo el mundo era muy consciente del creciente ritmo de sus repeticiones», escribe Wolff.
«Antes solía tener un periodo de 30 minutos en el que repetía, palabra por palabra y expresión por expresión, las mismas tres frases. Pero ahora ocurre en periodos de menos de 10 minutos».
Wolff no dio ningún otro contexto sobre esas presuntas repeticiones.
Trump ha desdeñadoel libro, que calificó de «errado» y «lleno de mentiras», además de rechazar que él le haya dado alguna vez acceso a la Casa Blanca a Wolff.
Los críticos del libro también han cuestionado sus fuentes, ponen en duda que Wolff haya sido testigo de los hechos que describe y consideran como «chismes» algunas de las informaciones que contiene.
¿Qué se ha dicho antes?
Algunos psicólogos han especulado previamente acerca de los síntomas que veían en el comportamiento de Trump.
Varios libros fueron publicados sobre el tema unos meses después de la toma de posesión de Trump, como «El peligroso caso de Donald Trump», de Bandy X. Lee; «El crepúsculo de la Cordura Estadounidense», de Allen Frances, o «Fantasilandia», de Kurt Andersen.
El doctor Lee, quien es profesor de psiquiatría en la Universidad de Yale, dijo a un grupo de senadores demócratas el mes pasado que Trump «iba a desmoronarse y ya estamos viendo señales«.
Pero vale la pena recordar que ninguna de estas personas ha tratado como paciente a Trump, ni tienen información de primera mano sobre su estado mental.
Cualquier profesional que lo hubiera tratado y quisiera hablar al respecto iría contra las normas de ética, así como en contra de leyes federales que protegen a los pacientes.
¿Por qué es importante?
En teoría estaría en juego el trabajo que tiene Trump.
En virtud de la enmienda 25 de la Constitución de Estados Unidos, si se considera que el presidente es «incapaz de ejercer los derechos y obligaciones de su cargo», el vicepresidente tomaría el puesto.
Su gabinete y el vicepresidente tendrían que poner en marcha un proceso de destitución, por lo que es poco probable que suceda aunque muchas voces lo pidan.
¿Ha habido presidentes con problemas mentales?
Sí, presidentes de Estados Unidos han sufrido de enfermedades mentales, como Abraham Lincoln, cuya depresión clínica le provocó varios episodios negativos.
Más recientemente, Ronald Reagan, quien fue presidente de 1981 a 1989, sufría de desorientación y en ocasiones parecía no estar seguro de dónde se encontraba.
Fue diagnosticado con la enfermedad de Alzheimer 5 años después de dejar el cargo.
Sin embargo, la enmienda 25 nunca se ha utilizado para destituir a un presidente en ejercicio.
¿Qué hay de las evidencias sobre Trump?
Vale la pena reiterarlo: no hay evidencia real de nada mientras que no haya nadie que haya examinado al presidente y hable públicamente.
Sin embargo, algunos han sugerido que Trump puede tener síntomas que apuntarían al Trastorno Narcisista de la Personalidad (TNP).
Las personas con esta afección a menudo muestran algunas de las siguientes características, de acuerdo con el medio especializado Psychology Today:
- Grandiosidad, que es la falta de empatía por otras personas y una necesidad de admiración
- Creen que son superiores o que merecen un trato especial.
- Buscan la admiración y la atención de forma excesiva, y tienen conflictos para manejar la crítica o la derrota
Sin embargo, el hombre que describió los criterios para el TNP, Allen Frances, dijo que no podía decir que Trump tuviera ese trastorno ya que no encontraba muestras de angustia evidente en el presidente.
«Trump provoca angustia grave en lugar de experimentarla y ha sido recompensado con creces, en lugar de ser castigado, por su grandiosidad, ensimismamiento y falta de empatía», escribió Frances.
El libro de Wolff ha llevado a algunos a preguntarse si Trump podría estar sufriendo de deterioro cognitivo.
La repetición de frases y la manera de hablar de Trump han sido señaladas como pruebas de esto.
Algunos dicen que el presidente está ocultando un deterioro cognitivo dado que han notado momentos en los que Trump parece no tener un control total de sus propios movimientos.
Hubo un caso en diciembre, cuando estaba dando un discurso y levantó un vaso con torpeza, con las dos manos.
Durante otro discurso, arrastró algunas palabras, algo que la Casa Blanca atribuyó a una afección en la garganta, pero algunos dijeron que podría ser un signo de algo más serio.
La próxima semana, el presidente se someterá a su primer examen médico -un examen físico- desde que asumió el cargo.
¿Es un debate justo?
Esa es la cuestión.
Sarah Huckabee Sanders, la portavoz de la Casa Blanca, consideró que esto es «lamentable y ridículo».
«Si no fuera apto, probablemente no estaría sentado allí, no habría derrotado al grupo más cualificado de candidatos que se haya visto en el Partido Republicano».
Algunos legisladores republicanos han calificado las preocupaciones sobre la salud del presidente como un ataque partidista.
El doctor Frances ha dicho que este debate es injusto con las personas que sufren de enfermedades mentales: «El mal comportamiento no suele ser un signo de enfermedad mental, además de que los enfermos mentales se comportan mal solo en raras ocasiones», dijo.
«Es un insulto estigmatizar a los enfermos mentales (que son en su mayoría bien educados y bien comportados) al ser comparados con el señor Trump (que no lo es)», señaló.
Otros han hecho eco de esto, como el columnista David M. Perry, quien dijo que el debate haría «que la gente con necesidades de atención mental se mantuvieran en silencio».
Pero los profesionales que han dado su opinión sobre el estado psicológico de Trump dicen que han hablado con el objetivo de advertir a la nación.
Rompiendo la regla Goldwater
Al hablar de este asunto, los profesionales de la salud mental han roto sus propias reglas de ética.
La regla Goldwater prohíbe a los psiquiatras ofrecer un diagnóstico sobrealguien que no han evaluado personalmente.
Se instauró después de que una revista preguntó a miles de expertos en 1964 si el candidato republicano Barry Goldwater era psicológicamente apto para ser presidente.
Él demandó con éxito el editor de la revista por difamación después de que los resultados fueran publicados.
La Asociación Estadounidense de Psicología advirtió durante la campaña pasada que romper la regla al intentar analizar a los candidatos en la elección presidencial era «irresponsable, potencialmente estigmatizante y definitivamente no ético».
Considerando la regla contra el diagnóstico a distancia, algunos argumentan que debería establecerse un mecanismo para examinar a un mandatario.
«Un presidente podría ser un alucinador activo», escribe la revista The Atlantic, «que amenace con lanzar un ataque nuclear en base a información de inteligencia obtenida de David Bowie, y la comunidad médica podría quedar relegada a especular en la distancia».
De hecho, hay un proyecto de ley para que se conforme un comité que pueda evaluar la salud del presidente cuando se requiera. Se llamaría Ley para la Comisión de Supervisión de la Capacidad Presidencial.
A pesar del amplio debate que ha generado el tema de la salud mental del presidente, muchos analistas prefieren no considerar la cuestión.
Carlos Lozada escribe en el Washington Post: «Hay algo demasiado simplista en desestimar sus fechorías como producto de una enfermedad mental; eso lo exonera a él y a nosotros».
«Si no nos gusta la política de alguien, nos lanzamos en su contra, hacemos campaña en su contra, no utilizamos el sistema psiquiátrico en su contra», escribe Alan Dershowitz, exprofesor de la Escuela de Derecho de Harvard, pues considera que eso es «simplemente peligroso».
Cree que las personas que piensan que la Enmienda 25 pondría fin a la presidencia Trump están poniendo «los deseos sobre la realidad».
Únicamente un «importante brote psicótico» daría lugar a eso.