La percepción del tiempo por parte de los niños es un tema poco estudiado. Aprender a ver cómo pasa el tiempo podría ser fundamental para tener una experiencia de vida mucho más feliz.
En mi casa nos vemos siempre absorbidos por el debate de cuándo el tiempo va más rápido o más despacio.
“Es más corto en el carro”, grita mi hijo.
“Nunca”, contesta mi hija
Pero también hay consensos: los dos están de acuerdo en que los días después de Navidad y sus cumpleaños son especialmente lentos debido a la idea de que deben esperar otros 365 días para celebrar ambas fechas.
Es un sentimiento que yo recuerdo bien: las vacaciones de mitad de año llenas de meterse en el agua, caminar por el pasto recién cortado, la ropa secándose al sol.
En momentos así, el tiempo realmente parece moverse más lento.
Teresa McCormack, profesora de psicología en la Universidad de Belfast en Irlanda del Norte, cree que la relación niños y el tiempo es un campo poco estudiado.
Su trabajo ha probado que hay algo fundamentalmente diferente sobre cómo los niños procesan el tiempo, especialmente con el tema del reloj interno, que funciona a una velocidad distinta que a la de los adultos.
Pero en esto hay más preguntas que respuestas.
“Es extraño que no sepamos todavía cuándo es el momento en que los niños pueden hacer una distinción entre pasado y futuro, dado el hecho de que eso estructura la forma en que pensamos cuando somos adultos”, señala la académica.
Ella explica que a pesar de que no tenemos claro cuándo los niños entienden la sensación de estar en una línea del tiempo, sabemos que desde etapas tempranas del crecimiento, los niños entienden eventos rutinarios como las horas de comer y la de ir a acostarse.
Pero McCormack aclara que esto no es lo mismo que la sensación lineal del tiempo que tenemos los adultos.
A diferencia de los niños, los adultos tienen la capacidad de pensar en puntos en el tiempo de forma independiente de cuando va a ocurrir un evento, basando su conocimiento en el sistema del calendario y la hora convencional.
La forma de llamar al tiempo
La semántica también juega un papel fundamental.
“Le toma tiempo a los niños ser competentes a la hora de usar el lenguaje temporal, como usar términos como antes, después, mañana o ayer”, explica McCormack.
Ella señala que nuestra compresión de las partes del tiempo también están basadas en cuándo se le pregunta a las personas sobre esos juicios temporales.
“¿Estás haciendo la pregunta sobre eventos que están pasando o que pasaron antes?”, cuestiona la académica.
Y añade: “Por ejemplo, el tiempo entre que mi hijo nació hasta que dejó la casa ahora parece que fue en un abrir y cerrar de ojos, pero durante el tiempo en el que había que lidiar con la crianza del niño, un solo día podía durar la eternidad”.
Estudios han encontrado que juzgar la duración y la velocidad del paso del tiempo se desarolla de forma separada en los humanos.
Los niños menores de seis años pueden percibir que tan rápido pasa una hora de clase, por ejemplo, pero su juzgamiento tiene que ver más con su estado emocional que con la propia duración de la clase.
Esos dos elementos se juntan en una etapa más tardía, cuando los niños comprenden la relación entre velocidad y duración.
Entonces ahi comienza a ser un tema de memoria.
Muchas investigaciones se enfocan en cómo nuestra experiencia del paso del tiempo depende en la manera en que nuestro cerebro acumula las memorias y captura las experiencias.
Esto es algo que ha fascinado a Zoltán Nádasdy, profesor de psicología en la Universidad Eötvös Loránd de Budapest.
Como estudiante universitario, Nádasdy convenció a sus compañeros de llevar a cabo una investigación sobre cómo perciben el tiempo los niños y los adultos.
Él quería comprender porque el tiempo parecía dilatarse cuando había un accidente, por ejemplo. El experimento fue simple: le mostraron tanto a niños, como a adultos dos videos, cada uno de un minuto de duración, y les preguntaron cuál le parecía el más largo y cuál el más corto.
Tres décadas después, Nádasdy y su equipo decidieron repetir el experimento. Dos videos, uno de un enfrentamiento lleno de acción entre policías y ladrones y otro en el que no parecía pasar donde había gente navegando sobre un río.
El resultado fue igual.
“Para los niños entre cuatro y cinco años, el video lleno de acción les pareció más largo que el otro que era aburrido. Para la mayoría de los adultos, fue todo lo contrario”, explicó el académico.
Ellos usaron gestos con las manos para comprender si los participantes percibían el tiempo como algo horizontal, algo que fue evidente en los tres grupos investigados.
Lo que el experimento mostró, señala Nádasdy, es que en ausencia de un órgano sensorial para predecir el tiempo, los humanos usamos otras aproximaciones.
“Nuestra experiencia sensorial explícita sobre el tiempo siempre es indirecta, lo que significa que necesitamos alcanzar algo que pensamos se correlaciona con el tiempo”, explica.
“Y en psicología esto se llama heurística. Entonces, para los niños, ¿qué pueden alcanzar? Pues lo más que puedan hablar sobre ello”.
Esa aproximación tiende a cambiar una vez el niño entra al colegio, un lugar donde debe aprender sobre los conceptos de simultaneidad y tiempo absoluto.
“No nos da la sensación de tiempo, pero reemplaza esos heurísticos con otro. Cuando vas al colegio tienes que cumplir con un horario. Tu día está totalmente controlado”, añade Nádasdy
Pero entonces McCormack añade dos factores adicionales que están en juego cuando hablamos del concepto del tiempo de los niños.
“Uno, es que su proceso de control no es el mismo que el de los adultos”, anota la académica.
“Ellos pueden ser más impacientes y puede resultarle más difícil esperar. También puede estar relacionado con su proceso de atención. Entre más atención le pongas al paso de un periodo de tiempo, más lento te va a parecer”, indica.
De acuerdo a una investigación hecha por Sylvie Droit-Volet, profesora de psicología de la Universidad Clermont Auvergne en Francia y John Wearden, profesor emérito de psicología en la Universidad de Keele en Reino Unido, lo mismo aplica para los adultos.
Ellos descubrieron que la experiencia del paso del tiempo de una persona en la vida diaria no fluctua con la edad, pero sí con su estado emocional.
Para ponerlo simple: si estás feliz, el tiempo pasa rápido. Si estás triste, el tiempo se arrastra lentamente.
Un ejemplo de esto se vio en la cuarentena durante la pandemia del covid-19, donde investigadores encontraron evidencia de que el paso lento del tiempo estaba asociado con estar más estresado, tener menos cosas para hacer y envejecer.
También es posible inducir el efecto viendo una película: las películas aterradoras pueden hacer que el tiempo parezca más largo, por ejemplo, al igual que mirar imágenes que nos repugnan.
Otras investigaciones han demostrado que las experiencias desagradables, como un viaje en un tren lleno de gente en la hora más congestionada, también parecen durar más que un viaje más tranquilo.
El cuerpo y el tiempo
A medida que envejecemos se produce un grado de deterioro físico que también podría afectar a nuestro juicio sobre el tiempo, señala Adrian Bejan, profesor de ingeniería mecánica en la Universidad de Duke en Durham, Carolina del Norte.
Bejan ha intentado explicar el enigma de nuestra percepción del tiempo por medio de una teoría que desarrolló en 1996 sobre la «física de la vida» que se ha conocido como «ley constructiva».
«La mayor fuente de información que llega a nuestro cerebro es la visión, desde la retina hasta el cerebro», señala Bejan.
El académico explica que a través del nervio óptico, el cerebro recibe instantáneas, como los fotogramas de una película. El cerebro se desarrolla en la infancia y está acostumbrado a recibir muchas de estas «capturas de pantalla».
“En la edad adulta, el cuerpo es mucho más grande. La distancia entre la retina y el cerebro se ha duplicado en tamaño, las vías de transmisión se han vuelto más complejas y tienen más ramificaciones. Y además, con la edad, experimentamos una degradación», destaca.
Esto, agrega, significa que la velocidad a la que recibimos «imágenes mentales» de los estímulos de nuestros órganos sensoriales disminuye con la edad.
Y concluye que esto crea la sensación de tiempo comprimido en nuestras mentes, ya que recibimos menos imágenes mentales en una unidad de tiempo de reloj como adultos en comparación con cuando éramos niños.
Los estudios sobre los cambios neurodegenerativos relacionados con la edad sugieren que bien puede haber una asociación entre el deterioro del nervio óptico y una disminución en la velocidad a la que se procesa la información y la capacidad de la memoria de trabajo.
Una cuestión de mecánica
Pero es necesario realizar más investigaciones para comprender esto por completo.
Lo que ves que con tus ojos también puede ser importante. La percepción del tiempo puede verse afectada por las propiedades de lo que se observa: el tamaño de la escena, lo fácil que es recordarla y lo desordenada que está.
Un estudio reciente realizado por psicólogos de la Universidad George Mason en Fairfax, Virginia, descubrió que los dos primeros factores dilatan el tiempo, mientras que el desorden y lo recargada que está una escena lo contraen.
El corazón también envía una señal interoceptiva (lo que permite saber dónde está el cuerpo en el espacio) importante al cerebro sobre el paso del tiempo: nuestra percepción de cuánto dura un acontecimiento cambia con el ritmo de los latidos del corazón.
Si esto realmente desempeña un papel importante en nuestra percepción del tiempo, tal vez no sea casualidad que nuestra frecuencia cardíaca tienda a disminuir con la edad.
Nuestra frecuencia cardíaca tiende a alcanzar un pico en los meses posteriores al nacimiento, antes de disminuir lentamente a medida que envejecemos.
A muchos de nosotros nos sucede otra cosa a medida que envejecemos: se instala una rutina menos fluida y más inflexible.
Las investigaciones han demostrado que cuanto mayor es la presión del tiempo, el aburrimiento y la rutina en la vida de una persona, así como cuanto más orientada hacia el futuro está una persona en comparación con vivir en el momento, más rápido experimenta el tiempo.
Como era de esperar, lo que estamos haciendo en el presente es primordial para nuestra comprensión del tiempo, sin importar nuestra edad.
A medida que aumenta nuestra carga de trabajo mental, por ejemplo, tendemos a experimentar un acortamiento del tiempo, ya que subestimamos la duración de una tarea cuanto más exigente es.
Pensemos en un campamento de vacaciones de dos semanas lleno de diversión: puede que eso sea más memorable que todo el año escolar.
Nádasdy explica que es muy probable que esos recuerdos del campamento de vacaciones ocupen una porción mucho mayor del tejido cerebral, debido a la gran cantidad de aventuras que tuvieron lugar durante ese breve período.
«Es posible que los juicios de las personas sobre lo que realmente ocurrió durante un período de tiempo determinado reflejen en parte su memoria por la cantidad de cosas nuevas que recuerdan que sucedieron», señala McCormack.
«Por ejemplo, si eres un adulto mayor, es posible que no hayas experimentado muchos cambios importantes en tu vida en los últimos 10 años».
Entonces, indica el académico, cuando los haya, se quedarán en tu memoria tanto como ese campamento de verano.
Teniendo esto en cuenta, ¿es posible que los adultos ralenticen el tiempo y recuerden esos sencillos días de la infancia?
Algunas investigaciones sugieren que el ejercicio físico puede ayudar a ralentizar nuestra percepción del tiempo, por lo que simplemente ser más activo podría ayudar (aunque esforzarnos demasiado podría tener el efecto contrario, ya que la fatiga física puede acortar nuestra percepción del tiempo).
Bejan también tiene otras ideas que requieren menos esfuerzo. «Ve más despacio, oblígate a hacer cosas nuevas para salir de la rutina», anota.
«Date el gusto de sorprenderte. Haz cosas inusuales. ¿Has oído un buen chiste? ¡Cuéntamelo! ¿Tienes una idea nueva? Haz algo. Crea algo. Di algo», concluye.