«Me casé con mi mejor amiga. Hemos andado, conversado y reído juntos desde entonces».
Con estas emotivas palabras durante la Convención Demócrata en Filadelfia, el expresidente de EE.UU. Bill Clinton explicó este martes por qué su esposa y exprimera dama, Hillary Clinton, debe ser la próxima mandataria del país.
Clinton añadió que la candidata demócrata ha dedicado su vida al servicio público y que es «el mejor agente de cambio que he conocido».
Fue un discurso apasionado sobre una pareja que ha despertado pasiones intensas en los últimos 25 años, aunque un sentido menos entrañable.
El matrimonio de Bill y Hillary Clinton -el más poderoso de la izquierda- es detestado por la derecha, lo que refleja la fuerte polarización política que vive EE.UU.
Ello también se debe a los escándalos en que se han visto envueltos a lo largo de su rutilante carrera política, en donde muchas veces los Clinton han mostrado lo que parece ser una tranquilidad desconcertante para ignorar reglas y precauciones, dándoles munición abundante a sus críticos.
Y así como el candidato presidencial republicano Donald Trump enfrenta constantes acusaciones de racismo, Hillary Clinton es presentada por sus antagonistas políticos como una dirigente sin muchos escrúpulos.
En la reciente Convención Republicana que tuvo lugar en Cleveland, los delegados conservadores no se contentaban con pedir la derrota de la candidata demócrata Hillary Clinton en las urnas el próximo 8 de noviembre.
Gritaban una y otra vez su eslogan emblemático: «Lock her up»,es decir, algo así como «enciérrenla» o más bien «a la cárcel con ella».
Y algunas voces extremistas iban más lejos: un delegado afín al aspirante republicano Donald Trump aseguró a los medios que Hillary Clinton debería ser «fusilada», acusándola de traición por su presunta negligencia en evitar el ataqueen 2012 al consulado estadounidense en Bengasi, Libia, que resultó en la muerte del jefe de esa delegación diplomática cuando ella era secretaria de Estado.
Un sondeo de la encuestadora Morning Consult realizado en mayo pasado encuentró que el 82% de los opositores de la candidata demócrata la describen como «corrupta».
Odio extremo
El odio extremo de los conservadores hacia Hillary y su esposo, el expresidente Bill Clinton, más que hacia otros líder del partido demócrata, ha sido una constante desde que el matrimonio llegó a la Casa Blanca en 1992.
En diciembre de 1998 Bill Clinton fue procesado penalmente por la Cámara de Representantes, que lo llamó a juicio por falso testimonio y obstrucción a la justicia.
Algunos dirían que es fácil explicar esa animadversión en el lenguaje simple de las rivalidades políticas.
Esta es la cuarta elección presidencial en la que participa el apellido Clinton.
Una pareja con un recorrido tan largo cerca del poder inevitablemente va a tener muchos enemigos.
Cultura distinta
Pero el caso del desprecio que siente por los Clinton la mitad conservadora del país va más lejos.
Para muchos republicanos, ese célebre matrimonio simboliza, mejor que ninguna otra figura política, lo que ellos creen que está mal en su nación.
En un país en que la derecha habla todavía con admiración del lejano pasado puritano, los Clinton representan en cambio a una generación que creció con los hippies, el hedonismo y la liberación sexual de la década de 1960, fenómenos que muchos conservadores creen que llevaron a Estados Unidos hacia una decadencia moral.
Bill Clinton fue el primer representante de esa generación en llegar al poder. Y su esposa fue parte de ese cambio generacional que tantos estadounidenses encuentran insultante.
La llegada de la pareja a la Casa Blanca marcó un cambio cultural en las altas esferas de Washington y los conservadores los acusan de haber mancillado el honor de la institución presidencial con lo que ellos califican de moral relajada.
Bill fue el primer presidente estadounidense en confesar que había fumado marihuana en su juventud.
Hillary, quien en 1992 reemplazaba a la venerable Barbara Bush como primera dama, rechazó los papeles tradicionales que cumplía hasta entonces la esposa del presidente para asumir una posición de mayor poder político y administrativo en la Casa Blanca.
Más allá de organizar banquetes de Estado, Hillary encabezaba reuniones de estrategia de gobierno.
Transparencia
Pero los problemas de los Clinton con los republicanos no se limitaron a las diferencias culturales.
Desde el comienzo, del primer gobierno de Bill Clinton su administración se vio envuelta en repetidos escándalos que cuestionaban la transparencia, si no de la familia presidencial, al menos de algunos de sus allegados.
Enfrentaron una investigación judicial por el caso de Whitewater, un negocio urbanístico fallido en Arkansas en el que habían participado antes de llegar a la Casa Blanca.
La justicia exoneró a los Clinton de responsabilidad por ese incidente, pero envió a la cárcel a varios de sus asociados.
Después de salir de la Casa Blanca, la pareja se vio cuestionada nuevamente porpresuntos conflictos de interés que resultarían de las donaciones a la Fundación Clinton por parte de extranjeros cuando Hillary ejercía como secretaria de Estado durante el primer gobierno de Barack Obama. Una vez más, no se probó nada contra ellos.
Desde entonces la también exsenadora ha sido objeto de intensas críticas, dentro de su partido y fuera de él, por recibir gruesas sumas de dinero a cambio de hablar ante audiencias de Wall Street.
Y, por supuesto, acaba de enfrentar la amonestación del Buró Federal de Investigaciones de EE.UU. (FBI, por sus siglas en inglés) ante el uso irregular de un servidor privado de email cuando estaba al frente del Departamento de Estado.
Si bien las autoridades no presentaron cargos penales contra la candidata, como muchos republicanos esperaban, sí criticaron su conducta, asegurando que las irregularidades en el manejo de su correo electrónico pudieron poner en riesgo la seguridad nacional del país.
El caso Lewinsky
Tal vez lo más cerca que estuvo alguno de los integrantes de la dupla Clinton de sufrir consecuencias legales graves por sus acciones fue durante el célebre escándalo del expresidente con la pasante Mónica Lewinsky.
Ese incidente combinó las críticas moralistas con la acusación recurrente que enfrentan los Clinton: que no respetan las reglas.
En este caso, en 1998 se hizo público el affaire que el entonces primer mandatario había sostenido con la becaria Lewinsky.
El problema se tornó en una crisis de Estado cuando las autoridades acusaron a Clinton de haber negado la existencia de la relación durante una diligencia judicial relacionada con otro escándalo sexual.
A raíz de lo anterior, en diciembre de 1998, el presidente fue procesado por la Cámara de Representantes, que lo llamó a juicio por falso testimonio y obstrucción a la justicia.
Sin embargo, el Senado, de mayoría demócrata, lo encontró inocente en febrero de 1999.
Irresponsabilidad
Con cerca de tres décadas ante el reflector de la opinión, los Clinton se han ganado la admiración de millones de estadounidenses, que recuerdan el gobierno del expresidente entre 1992 y 2000 como un remanso de paz y prosperidad comparado con la zozobra actual.
La ex secretaria de Estado, por su parte, es vista por la opinión liberal de Estados Unidos como una pionera admirable que ha puesto por primera vez a una mujer a las puertas de la Casa Blanca.
Pero para un buen segmento de la derecha, los Clinton nunca dejarán de ser el reflejo reprochable de la cultura de la década de los 60, de la irresponsabilidad y de la inmadurez que muchos asocian con ese tumultuoso periodo de la historia estadounidense.
Además, el matrimonio Clinton, con su estela de casi 30 años de escándalos, es para muchos de estos estadounidenses conservadores el ejemplo perfecto de la clase política que aborrecen, y a la que el republicano Donald Trump promete reemplazar.
Lo que deja entrever que serán muchos los insultos que todavía le esperan a Hillary Clinton en los casi 100 días que faltan para las elecciones presidenciales.