Treinta y ocho años después de su asesinato, el Vaticano canoniza a monseñor Óscar Arnulfo Romero y se reconcilia definitivamente con «el santo de América».
Pese al máximo reconocimiento que recibió de la Santa Sede este domingo, la labor del mártir salvadoreño no siempre fue reconocida ni comprendida por la jerarquía del catolicismo.
Romero, quien ya era considerado un santo para muchos en El Salvador y en América Latina, fue una figura controvertida desde su nombramiento como arzobispo de San Salvador en 1977 hasta su asesinato, el 24 de marzo de 1980, por el disparo de un ultraderechista.
Con sus denuncias de violaciones a los derechos humanos por parte del gobierno militar, se ganó numerosos enemigos en un clima de fuerte tensión en la nación centroamericana.
De hecho, su asesinato mientras oficiaba una misa es considerado por muchos el inicio de una guerra civil que duró 12 años y que se calcula dejó unos 100.000 muertos.
Sus enemigos también estaban dentro de la propia iglesia en El Salvador y en el Vaticano.
En BBC Mundo nos adentramos en esta conflictiva relación entre Romero y la Santa Sede que quedó marcada por el encuentro del religioso con el papa Juan Pablo II en 1979.
Rumbo al Vaticano
«Cuando Romero fue nombrado arzobispo era visto como una alternativa para mantener el status quo, no lo percibían como alguien que estaría cuestionando el sistema», le dice a BBC Mundo Karla Ann Koll, profesora de Historia y Misión de la Universidad Bíblica Latinoamericana, con sede en Costa Rica.
Pero, tras los asesinatos a manos de las fuerzas de seguridad de campesinos y sacerdotes, entre ellos el padre Rutilio Grande, quien era un amigo muy cercano de Romero, esa percepción del religioso cambió radicalmente.
«Esa muerte en particular le pegó muy duro«, indica Koll.
Fue así como decidió alzar su voz y denunciar las violaciones a los derechos humanos que ocurrían en su país.
Romero se reunió en 1978 en la Santa Sede con el papa Pablo VI, quien le ofreció palabras de ánimo y fortaleza.
Después en 1979, el arzobispo pidió una audiencia para hablar con el papa Juan Pablo II y fue a Roma, pero esta vez el encuentro no resultó como él esperaba.
«Como un mendigo»
La reconocida periodista cubana María López Vigil, radicada desde hace varios años en Nicaragua, es autora de la biografía «Monseñor Romero: Piezas para un retrato», entre otros libros.
En un emotivo relato audiovisual publicado por la Escuela de Formación en Fe Adulta, en noviembre de 2017, la veterana reportera recuerda cuando conoció al padre Romero en mayo de 1979.
Ella se encontraba en Madrid, donde trabajaba para el periódico español El País.
De regreso de la Santa Sede, Romero tenía que hacer una parada de varias horas en la capital española antes de tomar el vuelo que lo llevaría de regreso a El Salvador.
El sacerdote la contactó para contarle su experiencia.
«Yo quiero que usted me ayude a entender lo que me ha pasado en el Vaticano», cuenta López Vigil que le dijo el monseñor cuando se reunieron.
De acuerdo con la periodista, la curia no le había concedido una audiencia con el Papa como él la había solicitado.
«Como un mendigo, tuve que suplicar que me dieran la audiencia«, le contó Romero a la reportera.
El religioso madrugó y logró estar en la primera fila del grupo de feligreses que se acerca a la plaza de San Pedro los domingos a la espera del saludo papal.
«Le agarré la mano al Santo Padre y le dije: ‘Soy el arzobispo de San Salvador, necesito hablar con usted’«, recuerda la escritora que le contó el sacerdote.
Así fue como consiguió la audiencia.
«Yo quería conmover al Santo Padre»
Tras escuchar el relato de Romero, López Vigil recuerda en particular cuando le comentó que había tanta información «contra mi persona, contra la gente, contra el arzobispado, contra la Iglesia, que yo en una caja de cartón metí todos los panfletos que pude, recortes de periódico, y lo primero que le dije fue: ‘Santo Padre: aquí está toda la información que indica que estamos siendo perseguidos‘».
El religioso dijo que el papa Juan Pablo II le respondió: «Monseñor, aquí no tenemos tiempo para leer tantas cosas. No venga aquí con tantos papeles«.
Uno de los materiales gráficos que Romero incluyó fue la foto del cadáver del padre Octavio Ortiz, quien había muerto, junto a otras cuatro personas, en un operativo militar ejecutado en una casa de retiro espiritual.
Las autoridades habían dicho que se había tratado de una misión contra una sede guerrillera.
La imagen que Romero le enseñó al Papa había sido publicada en una revista española de tinte sensacionalista. El rostro de Ortiz se veía destrozado.
«Le dije: ‘Santo Padre: lo conozco desde niño, yo lo ordené, su madre se llama…, su padre se llama…, es un muchacho muy bueno’ (…) Yo quería conmover al Santo Padre», evoca López Vigil que el sacerdote le contó.
Romero también le dijo al pontífice que Ortiz era acusado de ser guerrillero y el Papa le respondió: «Y ¿no lo era, monseñor?».
«En ese momento al monseñor Romero se le llenaron los ojos de lágrimas, tal vez eso fue lo que más le dolió: que uno de sus sacerdotes, (tras ser) asesinado de una manera tan cruel, el Santo Padre pusiera en duda la razón por la que lo habían matado de esa manera», cuenta la periodista.
El abandono
De acuerdo con la escritora, en el encuentro el papa Juan Pablo II exhortaba y le insistía a Romero que se «llevara bien con el gobierno por la paz social».
«Y yo le alegaba: ‘No se puede porque ese gobierno está matando al pueblo y a la iglesia le toca estar con el pueblo, no con el gobierno‘», le dijo Romero.
Tras esa reunión con el religioso, la periodista cuenta: «Salí convencida de que lo iban a matar. Lo van a matar, está solo«.
Y esa es precisamente la pregunta que el periodista salvadoreño Carlos Dada le hizo, en una entrevista publicada en el diario digital El Faro, a monseñor Rafael Urrutia, quien formó parte del círculo íntimo de Romero antes del asesinato:
Usted llegó al final del arzobispado de Romero. Tengo la impresión de que él se sentía abandonado por Juan Pablo II. ¿Alguna vez expresaba lo que pensaba del Papa?
Le dolió en el corazón cómo lo recibió el Papa y así lo expresaba. El Papa no escuchaba otras voces más que las que le hablaban mal de Romero.
¿Se sentía abandonado?
Él lo expresaba así. Alguna vez nos dijo directamente: «Me siento solo y abandonado y a veces reacciono con ustedes, que están cerca de mí, de manera impropia. Les pido perdón». Yo lo vi llorar en su soledad y me impactó mucho que una vez, sobre su crema de espárragos, caían sus lágrimas. Lloraba. Nos dijo: «Demuéstrenme que estoy equivocado y le voy a pedir perdón al pueblo el domingo. Si algo no puedo hacer es engañar al pueblo». Eso fue en sus últimas semanas.
Sin embargo, para el sacerdote peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la Teología de la Liberación, decir que el Vaticano lo abandonó «es muy fuerte».
«Son cosas muy complicadas», le dice a BBC Mundo. Y es que «la información que tenían (de él en Roma) los neutralizó».
«Sus propios hermanos»
La sensación de aislamiento la había sentido monseñor Romero mucho antes, cuando Rutilio Grande fue asesinado.
«Romero demostró que no era el arzobispo que estaba al lado de la oligarquía, como creían los que celebraron su nombramiento (…) En ese momento, Romero comenzó a ser perseguido y aislado por sus propios hermanos obispos«, le dice a BBC Mundo Martha Zechmeister, directora de la maestría de Teología Latinoamericana de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas.
De hecho, cuando Gutiérrez habla del encuentro entre Romero y Juan Pablo II reflexiona sobre el hecho de que la curia en el Vaticano había recibido mucha información de El Salvador y eso ya había marcado el ambiente que lo acogió en Roma.
«(Él) hubiera querido un recibimiento más fuerte, pero había información de su país, de gente de la iglesia, de colegas, de obispos, que (hacían) una presentación (de Romero) que no correspondía», indica el teólogo.
Esa información que el Vaticano recibió desde El Salvador fue «fundamental y, por lo tanto, dolorosa. Es un arzobispo, está enfrentando cosas en su país y desconfían de lo que está haciendo«, reflexiona el religioso peruano.
La profesora Zechmeister recuerda que el papa Francisco dijo que el martirio de Romero no fue sólo el disparo que lo mató sino «su aislamiento en el Episcopado salvadoreño y que esa persecución siguió incluso después de su muerte«.
El rechazo a Romero por parte de los obispos de El Salvador es algo que Gutiérrez recuerda.
«Yo estuve en su entierro. Sólo fue un obispo que era amigo de él y que fue quien lo reemplazó».
La Guerra Fría
Para la teóloga Koll era evidente que no había una disposición por parte del Vaticano de escuchar la perspectiva de Romero sobre lo que estaba pasando en El Salvador.
«Había un rechazo, un miedo, de parte del Vaticano de los movimientos teológicos en América Latina que estaban replanteando la estructura de la iglesia y el compromiso pastoral y teológico», indica la experta.
A eso hay que añadir el trasfondo de «Juan Pablo II de haber experimentado el comunismo en Polonia. Eso fue como un bloqueo que no les permitió analizar con otros lentes lo que estaba pasando en El Salvador, en un puro contexto de la Guerra Fría».
Y es que había grupos, dentro y fuera de El Salvador, que creían que el gobierno militar realmente estaba salvando al país de caer en el comunismo.
Pero, como explica Zechmeister, el proceso teológico que vivía América Latina y El Salvador era especial y único.
«Esta vuelta de la iglesia latinoamericana, que para mí es una vuelta a Jesús, a estar con los pobres, a defender a los más vulnerables, a construir la iglesia desde la perspectiva de los pobres en el contexto de la Guerra Fría siempre fue objeto de la sospecha del marxismo o del comunismo«.
«Esta sospecha siempre fue una nube negra sobre todos los intentos (de fomentar esa visión de la iglesia)», indica la profesora.
«Y fue una sospecha que costó muchas vidas porque, en ese contexto, los aliados de Estados Unidos fueron los gobiernos militares que (le ayudaron) a rechazar el comunismo y a no permitir que hubiese otra Cuba u otra Nicaragua».
«Muchos de los mártires de las iglesias fueron fruto de esa política anticomunista. Un lema en El Salvador era: ‘Haz patria, mata un cura’«.
En ese contexto, reflexiona Zechmeister, se celebró el encuentro entre Romero y Juan Pablo II en 1979.
«A pesar de todos sus méritos, este Papa, que huyó del oriente de Europa, que había sufrido la opresión del comunismo, no fue capaz de comprender la problemática de América Latina».
La incomprensión
«¿Hubo incomprensión por parte del Vaticano y del papa Juan Pablo II de la misión de monseñor Romero?», BBC Mundo le preguntó a la teóloga Koll.
«Estaban leyendo la situación en El Salvador a través de los lentes de la Guerra Fría, del rechazo del comunismo, de cualquier movimiento que ellos asociaban con el marxismo», afirma.
«Incluso esa es una de las razones por las que no se habló de su canonización hasta ahora con el papa Francisco. Veían en Romero un peligro, (un riesgo) de abrir la puerta a otra forma de hacer teología«.
«Romero es un pastor intentando caminar al lado de un pueblo sufriente. El Vaticano más que no tener la capacidad o la disposición de escuchar a Romero, no estaba escuchando los gritos de los que estaban siendo masacrados por el ejército salvadoreño en ese entonces. No les importaban estas vidas que se estaban perdiendo», reflexiona Koll.
Algunos creen que a monseñor Romero le pusieron injustamente la etiqueta de marxista o de comunista. Koll es una de ellas.
«Sí, yo creo que sí. Si uno lee sus sermones, si lee sus cartas, uno ve el corazón de un pastor que está abriéndose cada vez más y más al dolor de su pueblo y no lo hace a través de un análisis sociopolítico en particular, sino de una relectura bíblica en el contexto (…) de un pueblo que sufre».
De acuerdo con monseñor Urrutia, cercano colaborador de Romero, «Juan Pablo II no entendía la relación de Romero con las organizaciones político populares del país, que coincidía a veces en las palabras hacia los pobres con las de la izquierda».
Para Zechmeister era claro que «monseñor Romero no conocía la filosofía marxista, fue un hombre profundamente atado al evangelio».
El gesto de Juan Pablo II
Juan Pablo II visitó El Salvador en 1983, en plena guerra civil, e hizo un llamado por el diálogo y una salida pacífica al conflicto.
«El gobierno trató de aislarlo de toda la problemática y de las tensiones sociales», recuerda Zechmeister.
Pero en uno de los recorridos, el Papa rompió el protocolo, alteró la agenda que las autoridades le tenían preparada y dijo que quería ir a la tumba de Romero.
«Juan Pablo II insistió mucho (…) La Catedral Metropolitana estaba cerrada y tuvieron que esperar una hora, mientras buscaban las llaves para abrirla».
No hubo un discurso, pero el máximo jerarca de la iglesia católica se arrodilló frente a la tumba, la bendijo y rezó por varios minutos.