Son frecuentes los titulares sobre explotación en el negocio del sexo. Pero incluso para aquellos que decidieron convertirse en chicas y chicos de compañía o bailarines eróticos por propia voluntad, la suya puede ser una industria difícil de abandonar.
Cada día miles de personas en el mundo dicen: «Lo voy a dejar».
Existen numerosas razones por las que la gente cambia de empleo o profesión. Pero cuando se trata de trabajadores de la industria del sexo, esa decisión puede ser más complicada y tener más matices.
Jennifer Danns trabajó como bailarina erótica a los 20, cuando estudiaba en la universidad, y dice que es una industria que puede llegar a absorber.
«La gente empieza como bailarina exótica, es el primer paso. Pero luego se preguntan si hacer fotos o una película es tan grave. Tus propios límites pueden cambiar y también tu idea de lo que estás dispuesto a hacer. Es completamente diferente a la progresión normal de una carrera».
Estigma social
Danns contó sus experiencias en un libro, «Stripped: The Bare Reality of Lap Dancing» (Desnudo: La Realidad Desvestida del Baile Erótico), y sabe bien que cuanto más tiempo se trabaje en la industria más cuesta dejarla.
«Es difícil optar a un trabajo normal. ¿Cómo explicar qué hiciste los últimos tres o nueve años? Tienes que mentir, porque eres consciente del estigma social», relata.
«Si trabajas en un bar por un día y lo dejas, no te conocerán por ser mesera. Pero si trabajas en la industria del sexo un solo día te conviertes en una stripper. Incluso si accediéramos a la más liberal de las industrias seríamos vistas de esa manera».
Danns también cree que el negocio es como una droga: hay altos y bajos y es muy adictivo.
«Algunos fines de semana tienes clientes muy ricos que te pagan bien. Después, en un par de semanas no ganas mucho y a la tercera semana vuelves a hacer dinero. Desafío a quien diga que no se engancharía a ello. Piensas: ‘Este fin de semana podría ganar una gran cantidad de dinero’. Es muy adictivo», asegura.
Ascenso en la industria
La progresión de quitarse la ropa mientras se baila a otros trabajos de la industria del sexo la ejemplifica Amy Cade, una británica de 28 años.
Pasó de ser una bailarina de una discoteca de Ibiza, en España, a trabajar en películas pornográficas.
El empleo como «stripper» fue para una temporada, para poder pagar los gastos cuando vivía en la isla española.
«Empecé en la industria del porno para explorar mis fantasías sexuales, pero llegó un momento en el que el trabajo era demasiado duro, con muchos viajes. Además, no era muy novedoso. Se volvió aburrido», recuerda.
Ahora vive en Berlín, Alemania, donde trabaja a tiempo parcial como chica de compañía y es artista de «performance».
«La imagen de la gente que trabaja en la industria del sexo está estereotipada, pero no hay un estereotipo sobre por qué alguien entra en ese negocio o lo deja».
Cuestión de dinero
Courtney Morgan, de 25 años, trabajó en locales de «striptease» durante un par de años, hasta que sintió que debía dejarlo.
«Pensé que quería una vida normal, así que me tomé un descanso y volví a estudiar. Probé varios empleos, en el departamento de contratación de una empresa informática, recaudando fondos para organizaciones benéficas o el voluntariado. Lo hice durante un año y medio y después no pude encontrar ningún puesto de trabajo en seis meses. Extrañaba el trabajo y también el baile».
Así que volvió. Hoy trabaja en el Spearmint Rhino, un club de bailarinas eróticas del centro de Londres. «Quizá algún día pueda abrir mi negocio, tener mi propio club. Es cuestión de confianza. Si tienes confianza, puedes hacer dinero», asegura.
Morgan argumenta que cuando se deja de ganar el dinero suficiente es el momento de dejarlo.
Decisión estratégica
Gia, de 26 años, llegó a Londres de Rumania para trabajar como bailarina exótica y asegura que se quedará en Reino Unido un año más.
«Quiero ir a la escuela y conseguir un trabajo decente. Pero, hasta tener mi propia familia, ¿por qué no divertirme?», se pregunta.
Estudió trabajo social antes de llegar a Londres y piensa retomarlo cuando vuelva a su país.
Las razones más comunes para dejar la industria del sexo incluyen empezar una relación sentimental, encontrar una carrera alternativa o simplemente la desilusión por las condiciones laborales, explica Teela Sanders, doctora en sociología de la Universidad de Leed, Inglaterra, en su investigación «Becoming a Ex-Sex Worker» (Convertirse en una extrabajadora sexual).
«Descubrimos que las mujeres son muy estratégicas a la hora de entrar en ese negocio. Suelen hacerlo para pagar deudas, ahorrar dinero para mandar a casa, para iniciar otro negocio más adelante, para estudiar o para comprar una casa. Cuando consiguen el objetivo, lo dejan».
Consecuencias y barreras
Evidentemente hay muchas diferencias entre trabajar como bailarinas exóticas y dedicarse a la prostitución, y cualquier persona trabajando en este último oficio puede enfrentar obstáculos aún más grandes para salir de esa actividad.
Pero lo difícil no es sólo dejarlo. «Muchas personas que trabajaron en la prostitución sufren estrés postraumático al abandonar la actividad, de la misma manera que los exmilitares o las víctimas de violación», explica Sarah Mathewson, la encargada de las campañas del grupo feminista británico Object.
Mathewson alude sobre todo a aquellas que sufrieron una violencia prolongada. «Se hace difícil dejar la actividad, porque se daña la confianza en uno mismo».
También fija su mirada en el origen. «Hay que fijarse en la razón por la que la gente entra en la industria del sexo. Tiene que ver con la pobreza y la falta de oportunidades económicas que sufren estas mujeres», señala.
Y no deja sin nombrar la diferencia de sueldos entre los hombres y las mujeres como una de las causas.
La investigación «Breaking down the barriers: A study of how women exit prostitution» (Rompiendo barreras: un estudio sobre cómo mujeres dejaron la prostitución) identifica nueve causas que dificultan a las mujeres abandonar el negocio.
Entre estas «barreras», las siguientes son las más frecuentes: condenas penales, abuso de alcohol y drogas y la falta de acceso a una vivienda segura y apropiada.
Lisa Young, de Eaves, una organización benéfica que lucha contra la violencia de género y que colaboró en la investigación, dice: «Es realmente importante apoyar a las trabajadoras sexuales para que reconozcan y entiendan estas nueve barreras para poder enfrentar los problemas, para poder trabajar de forma proactiva y ofrecerles el apoyo necesario».
Para la gente en esa situación, decir «lo dejo» es una cuestión complicada.