Desde el mes de abril nuestro país se encuentra en un estado de ebullición política. Todos hemos sido testigos de dos hechos históricos que tendrán una gran repercusión para todas las generaciones del presente: el afianzamiento de una dictadura partidaria y el total desplome de un partido político que, desconociendo todas las doctrinas y abandonando su propia trayectoria y su historia de lucha, se ha entregado en brazos de su adversario sin ni siquiera pestañear.
En medio del ambiente político más confuso y corrupto algo queda claro: los partidos tradicionales se dirigen hacia un abismo del que nada ni nadie los podrá salvar.Ojalá que este declive de los partidos tradicionales, sea la oportunidad para que fuerzas emergentes gradualmente vayan fortaleciéndose y, con ellos, un nuevo modelo político más acorde con los intereses ciudadanos.
Aunque no viví esa época, me atrae mucho la historia política del país y me gustaría que en nuestra nación se repitiera una etapa en la que pertenecer a una organización política fuera sinónimo de servicio a la comunidad, motivo de orgullo y compromiso patrio.
Aunque eso quedó atrás en los partidos que han dirigido el Estado, anteriormente muchos de los dirigentes que hoy son grandes ricos se dedicaban a la lucha por los intereses socio-económicos de la población y se les veía en las esquinas con alcancías de lata pidiendo la colaboración económica de la gente.Algunos eran capaces hasta de ofrendar su propia vida para garantizar que las próximas generaciones no crecieran bajo dictaduras o bajo la sombra de algún gobierno asesino de jóvenes, como el de los doce años del Dr. Joaquín Balaguer.
Nadie puede negar que los militantes políticos de antaño protagonizaron hazañas que les sirvieron para ganarse el respeto, la admiración, la simpatía y hasta el acompañamiento de muchas personas de todas las edades y estratos sociales.
Se puede decir que antes la gente participaba en política siguiendo ideales, pero luego de que los partidos con historia de lucha se hicieron partidos gobernantes y abandonaron sus programas y se dedicaron a buscar, por todos los medios, mantenerse en el poder, sin dar solución a la pobreza, convirtieron la militancia en clientela política y al Estado en un botín para el reparto. De ahí en adelante, las lealtades se consiguen sobornando y repartiendo migajas entre los más desamparados de las gracias del bienestar.
La historia dominicana nos muestra que la política en el país siempre se ha mantenido en un estado de crisis, fruto de los enfrentamientos grupales por el protagonismo al frente de los asuntos públicos, que es el mecanismo por excelencia para la defensa de sus propios intereses. Pero en el presente la crisis no se expresa en la confrontación sino en los “pactos” en búsqueda de alguna tajada del pastel.
Es obvio que muchos líderes se han olvidado de la esencia del oficio político, que es la búsqueda del bienestar general de los ciudadanos y ciudadanas, bajo una administración honrada, diáfana y que garantice la seguridad.
Los negocios políticos, que hoy son la característica de la perversión generalizada,antes se hacían detrás de cortinas, ocultos de la población. En el presente son una especie de espectáculos públicos, o una edición desmejorada de la Bolsa de Valores. Es el caso del legado del danilismo a la degradación definitiva de la política, utilizando el Congreso Nacional como escenario de ofertas y demandas de propuestas deshonrosas a los legisladores para que votaran a favor del proyecto de modificación constitucional, que hoy sirve de base al proyecto de reelección del presidente Danilo Medina Sánchez, para cuyo éxito se espera que se inviertan todos los millones del mundo.
Como la política hoy es un negocio y recordamos la frase popular que dice que “por la plata baila el mono”, no dejo de preguntarme ¿cuántos monos bailarán en el proceso electoral del 2016 y quién pondrá la plata?
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