La nota de prensa era breve y no entraba en detalles, pero para mi modesto entender la misma arrastra una larga cola de consecuencias trascendentales que no se pueden dejar pasar por alto sin, por lo menos, un comentario crítico.
Según la reseña en cuestión, el Consejo Directivo de la extensión regional de la Universidad Autónoma de Santo Domingo en San Francisco de Macorís revocó la resolución que en septiembre pasado dispuso la expulsión de 13 estudiantes que cometieron incalificables actos de agresión contra una reunión especial del Consejo Universitario en la mentada ciudad cibaeña.
No lo entiendo. La universidad estatal es, como todo el mundo sabe, escenario de frecuentes episodios de indisciplina, desórdenes y debilidades institucionales que trascienden más allá de su fuero, sin que sus autoridades se armen de coraje y responsabilidad para imponer el orden en su recinto.
Y cuando ¡por fin! se aplican sanciones ejemplarizadoras a los promotores del caos y la violencia internos, como la expulsión de estos trece a los que me refiero en este comentario, entonces ¡zas! viene el perdón, se revoca el castigo y a Dios que reparta suerte.
Por eso estamos como estamos. ¡Qué viva el desorden, sin temor a sanciones ni castigos!