El fallecimiento de Poppy Bermúdez me entristeció. Se nos están yendo troncos valiosos, parámetros ejemplares de la sociedad. Poppy fue uno de ellos: sencillo, honesto, de los que valoran las personas por sus condiciones morales, no materiales, de los que triunfan por buena lid, de los que con hechos demuestran amor por sus amigos y el país.
Asistí a su funeral. El ataúd estaba cerrado. Elba, su esposa, y Elba Josefina, una de sus hijos, me dijeron que llevaba en sus manos un crucifijo que le regalé cuando fui a verlo al hospital. Me emocioné.
Lo conocí siendo una adolescente. Recién llegábamos del campo a vivir en la ciudad de Moca, cuando mi padre lo presentó en la familia. Como buen campesino, papá captó que era sincero y apreciaba la gente sin importarle posición económica o social. Se hicieron grandes amigos. Conquistó a mamá alabándole su comida. “Mamá Sila cocina sabroso”, solía decir.
Con el correr del tiempo, mis hermanos y yo lo tratábamos como el hermano mayor que conocía de la vida. Nos hablaba de lo que sucedía en las grandes ciudades, de lo que se aprendía viajando, nos enseñaba a bailar ritmos de moda.
Fue padrino de nuestra graduación de bachiller. Nunca olvido que sentado en el piso de la terraza nos repasaba Historia y Geografía al enterarse que íbamos a tomar exámenes de admisión para ingresar a la universidad.
Compartía nuestras alegrías y tristezas. Adoraba las fiestas que mi padre hacia en plena finca y en medio de un corte de plátano. Lo consultaba para actividades agrícolas. Confiaba en su olfato de campesino.
Llevaba a nuestro hogar sus mejores amigos. Recuerdo cuando nos comunicó que se casaría con Elba Madera. “Además de sus buenos sentimientos, es bonita”, dijo con orgullo.
Poppy fue un parámetro ejemplar para padres de familia, ciudadanos y empresarios. Amó su familia, esposa, hijos, nietos. Me consta que quería mucho a su hermano Carlucho.
Se lo dije en las exequias, al verlo pensativo y triste.
Era de esperarse que Poppy fuera exitoso en sus empresas. Compartía con todos, buscaba el alma de las personas y la esencia de las cosas. Además, sabía rodearse de colaboradores y amigos leales y laboriosos de la talla de don Manolo Quiroz y Miguel Tavera ( Taverita).
Las mejores lecciones de Poppy, ¡sus grandes aportes!, se desprenden de su vida ejemplar, cooperando con el bienestar económico, social y cultural del país, ayudando necesitados. Nadie podrá borrar de la mente del pueblo los frutos positivos que sembró en el alma de la nación.
Descansa en paz, Poppy, hombre de bien.