A propósito de la política, los cargos y su ejercicio, y la visión de Jesús sobre el poder reflejada en su mensaje, es pertinente recordar algunas lecciones que podemos aprender de los evangelios, de la filosofía y de la historia.
El poder es servicio, es efímero o pasajero, tiene riesgos, a veces enloquece y puede corromper.
1. El poder es servicio:
Si se quiere salir con honor del ejercicio del poder, hay que recordar con Jesús la esencia del poder: “estoy con ustedes como el que sirve” (Lucas 22,27) y “el que quiera ser el primero que se haga el servidor de todos” (Marcos 10,35-45).
Este mensaje de la esencia del poder es reforzado también por los filósofos de la Era Axial, entre ellos Confucio, Sócrates, Platón, que plantean que el poder auténtico es servicio y nada más, y que quien se sirve del poder solo genera caos y atraso y su propia perdición.
2. El poder es efímero:
Como la misma existencia, el poder es efímero, pero más corto. Ejercer el poder desde su transitoriedad, induce a dejar la mejor huella: el bien.
3. El poder tiene riesgos:
Algunos creen que teniendo poder pueden tenerlo todo. Pero también pueden perderlo todo: la familia, la honra o la vida. Las intrigas, las infamias, las traiciones y la soledad son atributos desdeñables que se asocian al poder.
Esta realidad la destaca Shakespeare en su obra Julio César, cuando pone en labios del romano, las palabras que dirigió al amigo traidor que le dio la estocada mortal: Bruto: Tu quoque, Brute, fili mi (Tú también, Bruto, hijo mío).
4. El poder enloquece:
El poder puede enloquecer a las personas e infectarlas de megalomanía, una enfermedad mental que produce desconexión de la realidad exacerba el narcisismo, induce a rodearse de aduladores que hacen creer a los poderosos que son superiores a los demás o a asumir actitudes maquiavélicas y diabólicas para dañar a otros para vanagloriarse de poder o por perpetuarse en él.
5. El poder corrompe: Ya lo dijo Lord Acton, “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”. Cuando se tiene mucho poder o todo el
poder se tiene mayor inclinación a la corrupción, al personalismo y a atentar contra el pueblo. Por eso, hay que reafirmar radicalmente con Montesquieu el principio de separación del poder, puesto que “solo el poder controla el poder” y nadie puede estar por encima de la ley.