He tratado durante más de una década de mantener fuera de esta columna el tema político para no contaminarla con las discusiones propias de esa actividad que Aristóteles definió como una ciencia derivada de la ética.
Confieso que en una que otra ocasión se me ha ido la mano y no he podido evitar que mis dedos en el teclado se me escapen con mayor velocidad que las neuronas del cerebro, arrojando como resultado algunas críticas ácidas al quehacer político en la forma que lo conocemos en la República Dominicana.
Una forma, por cierto, muy diferente a la soñada y descrita por el notable discípulo de Platón y maestro de Alejandro el Grande.
Para mí es decepcionante el ejercicio de nuestros políticos. La ética está muy lejos de ser tomada en cuenta. Sólo se piensa en obtener un puesto en el gobierno de turno, para obtener ganancias más allá del sueldo, por vías turbias.
“Yo no voy a salir de aquí con una mano alante y otra atrás”, me decía un tipo recién nombrado en un cargo público, significando con ello que estaba preparado para robar.
Lamentablemente, este simple ejemplo, multiplicado por todo lo que se quiera, pinta de cuerpo entero el pensamiento de la mayoría de nuestros políticos. Y para obtener lo que quieren son capaces de atracar, de mentir, de robar, de fingir, de engañar… y de burlarse de los que creemos que estamos en Suiza, pero sin los suizos.
Si el pobre Aristóteles se diera una vueltecita por aquí y viera cómo es que nosotros jugamos a la política, de seguro volviera a su sepulcro en menos de lo que canta un gallo.