La Policía Nacional es un órgano encargado de brindar un importantísimo servicio a la población: la seguridad y el orden. Al menos así debería ser.
Pero en nuestro país la Policía fue creada como un cuerpo de represión al servicio de una de las dictaduras más sangrientas del continente americano. Lo cual la moldeó como un instrumento, no para garantizar los derechos de ciudadanía, sino para oprimir a la población.
Así han pasado las décadas y la Policía Nacional Dominicana sigue teniendo en su ADN institucional los genes de la dictadura de Trujillo y los 12 años de Balaguer. Su instinto es el macuteo, el picoteo, la extorsión, y el vínculo con el crimen. Incluso en democracia, los gobiernos han sido reiterativos en usarla como un mecanismo de control y choque, reforzando su nefasto origen.
La Policía dominicana inspira miedo antes que inspirar seguridad. Los cuarteles parecen cualquier cosa menos un centro de servicio al ciudadano.
No soy quién para decir cómo hacer que la Policía cumpla su rol, no tengo los conocimientos para opinar a ese nivel, pero sin dudas no es algo que se resuelve con cambios cosméticos: pintando un cuartel o cambiando el título de “jefe” a “director” de policía: la fiebre no está en la sábana.
En la Policía Nacional se requiere un cataclismo, un tsunami, una explosión que remueva los cimientos de esa institución. ¿Cómo hacer eso? No lo sé. Lo que sí sé es que hay que hacerlo pronto. La inseguridad ciudadana es una de las mayores limitantes del desarrollo social y económico de nuestro país.