La Policía Nacional de la República Dominicana fue creada al fragor de regímenes criminales. Concebida más como un órgano represivo que como un cuerpo del orden.
A pesar de las remodelaciones que le han hecho al Palacio de la Policía, y de que cambiaron el título de “jefe” a “director” sigue siendo la misma institución.
¿Qué saben los policías de derechos civiles, de derechos humanos, o de protocolos de acción? Y no me refiero a las honrosas excepciones que solo sirven para confirmar la regla.
No me hace sentir orgullo lo que estoy diciendo, primero, porque como dominicano me avergüenza tener instituciones tan desfasadas e inoperantes; segundo, porque como hijo de policía le tengo un especial afecto a esa institución…
Pero amor no quita conocimiento.
Lo que vimos recientemente en Villa Altagracia es, tal vez, la muestra más horripilante e indignante de una realidad estructurada e institucionalizada.
Para un policía las órdenes superiores están por encima de los derechos, de la ética y de la prudencia. Así es que los adoctrinan. No les enseñan a ser obedientes a las leyes, sino a obedecer a sus “jefes”, aunque esas órdenes sean incorrectas.
Les forman entre humillaciones y maltratos, y les pagan unos salarios miserables. Les quitan el derecho a votar y a opinar. ¿Qué podemos esperar?
La Policía Nacional es un cuerpo civil armado. Su trabajo es al lado de la ciudadanía, pero no para cobrarles peajes, macutearle o abusar. Más bien para protegerla, respetarla y ser garante de la paz y el orden.
Lo de la Policía no se resuelve con paños y pasta. Hay que remover los cimientos de esa institución. Hacerle un exorcismo para sacar los demonios que habitan ahí dentro.
No es fácil, pero es necesario.