La brecha o abismo entre las clases acomodadas y las más pobres en nuestro país es frecuente tema de discusiones sobre política y economía. Pero casi nunca correlacionamos ese drama con cómo una Policía, cuyos recursos humanos son compensados miserablemente, jamás podrá cultivar valores o desarrollar destrezas para cumplir exitosamente su misión de ayudar al orden público, protegiendo vidas y propiedades.
Hay empleados domésticos mejor pagados que oficiales policiales, por no hablar de agentes subalternos. Ante el poder corruptor de traficantes de droga, ladrones y otros delincuentes que ofrecen propinas o ‘picoteos’ a policías desesperados por su mala situación, lo peor que la sociedad puede hacer es seguir ignorando la raíz del problema.
Quienes se meten a policías difícilmente poseen vocación para el bien, cumplir leyes o ser honestos, porque cualquier pizca de inteligencia les llevaría a otro oficio o profesión.
Entonces, ¿de qué nos quejamos? La delincuencia y violencia callejera solo puede combatirlas eficazmente una Policía muy distinta a la actual. Creer otra cosa es pedirle mangos a un pino.