Una de las acciones más importantes del Gobierno desde que asumió la presidencia Luis Abinader ha sido el inconcluso intento por reformar la Policía.
Quien conozca detalles verá que es una lucha titánica contra la propia institución reacia a cambiar sus viejas mañas. Desde siempre la Policía ha estado dañada de pies a cabeza. Basta ver que ningún jefe o director sale pobre del cargo, pese a que es un trabajo que exige dedicación a tiempo completo con una compensación de empleado público.
La ley más violada por los policías es la de gravedad: lo que pican abajo siempre sube. Apretar al narco lleva la “búsqueda” por otro rumbo… Quizás todos somos culpables por esperar un buen servicio sin proveer suficientes recursos, entrenamiento y supervisión. Reformar la Policía no es imposible.
Al caer la dictadura, en 1962 se creó a los Cascos Blancos para controlar tumultos. Tras la revolución, la USAID la re-entrenó pues había un enfoque político, no sólo para combatir la delincuencia común. Entrenamiento, disciplina, respeto al ciudadano y valores cívicos, no son física cuántica, pueden y deben enseñarse. Requiere mando, control y consecuencias legales, no sólo los aplaudidos aumentos salariales. Aunque avanza lentamente, la reforma debe continuar con apoyo ciudadano.